Muerte de un hombre feliz (fragmento)Giorgio Fontana
Muerte de un hombre feliz (fragmento)

"Colnaghi creció en la casa aquella del patio con su hermana y su madre. La guerra se llevó muchas cosas y la culpa recayó en la suerte de su padre. En público se le consideraba un héroe, pero en casa bastaba con nombrarlo para ganarse un tortazo del abuelo (por cuya voluntad, en la tumba de Ernesto no se hacía mención alguna a sus empresas partisanas).
Colnaghi comprendió pronto que debía huir de aquella pesadilla y no tardó en poner los medios; le resultó fácil porque siempre fue el primero de la clase. En los últimos cursos de la básica comenzó a ganarse algún dinero con don Luciano, el párroco del barrio, que había montado un taller para los chicos en un cuarto trastero de la sacristía, donde les enseñaba a trabajar la madera y el hierro. Los domingos los llevaba con el tractor a entregar las piezas a los clientes.
Luego, contra el parecer del abuelo, que quería ponerlo a trabajar enseguida, se matriculó en el Instituto Crespi de Busto Arsizio. Por las tardes se mataba estudiando y todavía a última hora se iba donde don Luciano a serrar tablas. Al acabar la segunda enseñanza regaló a la familia un armario precioso, con la esperanza de aplacar las disputas sobre su futuro. (Su hermana lo rompería luego jugando con el perro.) Después del instituto, en vista de sus méritos, el párroco arrancó una recomendación a un político importante de la Democracia Cristiana y lo admitieron en la Cariplo del pueblo.
Según sus recuerdos, fue en ese momento cuando algo despertó por completo en su interior. Se matriculó en Derecho y comenzó a coger permisos para bajar a hacer los exámenes y por fin a licenciarse. Tenía una media alta y en la tesis obtuvo la calificación máxima. Su madre no dejaba de rogar que se quedara en el banco y no se moviera de allí, porque el sueldo era alto y haría carrera… y además, vamos, todo el mundo lo decía: eso de juez de primera instancia era un oficio de paleto del sur. Pero el camino ya estaba señalado. En 1970 sacó las oposiciones a la magistratura con el puesto número uno. Al abuelo le dijo con toda sencillez la verdad, que con aquel oficio defendería a los débiles y a los humildes como ellos y que nadie carecería de importancia ante sus ojos, como Cristo nos enseña. El viejo parecía poco convencido, pero los años y la enfermedad lo habían ablandado. Abrazó a su nieto con lágrimas en los ojos y murió unos meses después. "



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