Rocknroll (fragmento)Aingeru Epaltza
Rocknroll (fragmento)

"Cuando trabajaba en el periódico, a Tomás le llamábamos el Conde por la descuidada elegancia con la que se ataviaba. Si su indumentaria, de por sí, ya le alejaba del resto de la plantilla, no digamos de la gente de su especialidad. Porque Tomás, en aquellos tiempos, era el buque insignia de la sección de Deportes, uno de los mejores del ramo, según decían, aunque sobre eso no sea yo el más apropiado para hablar, pues en toda mi vida no he leído entera una sola crónica deportiva, ni de él, ni de nadie. Por lo demás, cumplía uno por uno con los estereotipos del ramo: charlatán irreprimible, viajero de inquieto trasero, juerguista incansable, bebedor insaciable y mujeriego impenitente. No está de más añadir que era soltero, que vivía solo y que en el trabajo tenía tan pocos amigos como en la calle. Tal vez por esa razón, esto es, por no ser tampoco yo el tipo más estimado del periódico, gustaba de mi compañía. A medianoche, después de acabar el trabajo, habíamos bebido más de una cerveza juntos mientras acometía interminables monólogos sobre lo divino y lo humano. Cuando tres años antes nos dejó, Patxi —el fotógrafo— y yo fuimos los únicos que le acompañamos en su despedida. Aquella noche la acabé muy entrada la madrugada, en una barra americana de la Parte Vieja, sin poder tenerme de pie y llorando a moco tendido con las tristes historias de una ucraniana de culo estrecho. Su marcha dejó una redacción más inhóspita para mí. El Conde, tras una temporada en una publicación foránea, había vuelto hacía un año a la ciudad, empleado en una emisora propiedad de una gran cadena radiofónica estatal. Ahora hacía el trabajo de calle, como un principiante. En nuestro oficio, pasada la raya de los cincuenta, es lo más parecido que hay al fracaso profesional, pero a Tomás la opinión de sus colegas le importaba poco menos que un carajo. "


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