Frío (fragmento)Felipe Montes
Frío (fragmento)

"Desciendo a la calle bajo esta noche perforada por el frío. El edificio queda atrás y, frente a mí,
la Calzada Madero se endereza hacia el Cerro de las Mitras.
Las ráfagas mecen los grumos de lodo y hielo de los charcos.
Dos hojas secas de encino vienen, tocan mis pies, avanzan arrastradas por este aire.
Por la Calzada.
Camino sobre la acera en cuyas grietas clavan sus raíces los quelites; a mi costado se
sostienen edificios derruidos: allá sus azoteas sueltan cabellos tirados por el viento; acá tiritan sus
huesos de concreto. En sus entrañas, el vaho de los muebles empaña muros de mármol negro y
cristales, y algún ratón roe la madera de una viga en esa oficina humedecida.
Puertas y ventanas cerradas de las casas; luz enferma entre la niebla espesa; trozos de vidrio
congelado en la banqueta; calles hinchadas que desembocan en esta Calzada Madero que me
lleva.
Que me lleva.
A mi izquierda, por una puerta abierta, se asoma una rodilla de carne blanda bajo una media
corrida: una mujer de cabello rizado y largo hasta esos pechos que empujan su escote.
Su cara blanca me enfrenta.
Palidece.
Sus rojos labios se hacen rojos; su boca se abre.
¿Vienes conmigo?
Y yo miro sus ojos que se mojan.
No.
Y ella respira.
Y cierra la puerta.
Y adentro de su cuarto se arrastra una silla.
Y yo sigo mi camino a lo largo de esta Calzada cuyos dientes cariados me mastican.
Y las casas siguen, los edificios siguen, sus esqueletos de varillas se oxidan bajo sus carnes
duras. Las gotas de agua rasgan un colchón en aquel terreno baldío cuyas piedras se acomodan.
Blanquean.
Bajo el frío.
Y sigo entre encorvados andamios de hierro y cuerpos de cemento demolidos.
Entre postes inclinados y muros.
Agrietados.
Sometidos.
Me detengo.
El Hospital Gonzalitos se yergue paralizado por las ciegas corrientes de este aire ante el cual
mantiene cerradas sus ventanas. Me acerco más, alzo el rostro: sus vidrios me devuelven la
mirada.
Y detrás de sus párpados traslúcidos se apretujan y se enredan las hileras de hierro de sus
camas.
Allá está ella.
Avanzo hacia el frontispicio. Atravieso el portal.
El extenso vestíbulo.
Subo las escaleras vacías; me sujeto del barandal que me arrastra, peldaño a peldaño, hasta el
quinto piso. Entro en un ala cuyas habitaciones se suceden invadidas de pequeños botes de basura
y sondas por el suelo.
Camino entre las filas de camas que se prolongan hasta perderse en las densas negruras de
los fondos. Sobre sus sábanas se dilatan brazos, cuellos, piernas y troncos de hombres y mujeres
cubiertos de vendajes; sus dientes se estiran sobre el hedor de las almohadas. "



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