Adiós, historia, adiós (fragmento)Manuel Cruz
Adiós, historia, adiós (fragmento)

"Plantear como un imperativo ético —más o menos estricto— el deber de amar a la propia comunidad, de tal manera que consideremos buen ciudadano a quien la ama fervorosamente, y malo a quien no la ama, o la ama menos, o ni siente ni padece, deberíamos ser conscientes de a dónde conduce, a saber, a considerar ciudadanos de primera a aquellos que mantienen sólidos vínculos de pertenencia e identificación con su sociedad, y ciudadanos de segunda, de tercera o de cuarta (cuando no directamente inexistentes) a aquellos otros que o no los mantienen tan fuertes o los simultanean con otros vínculos (las llamadas pertenencias múltiples o compartidas).
El corolario resulta sobradamente conocido. Nunca mantendrá la misma intensidad en los vínculos el ciudadano alemán instalado en ese territorio por un número indefinido de generaciones que el turco, incluso el de segunda o tercera generación. Igual que no sentirán lo mismo por su país el francés de toda la vida que el hijo o nieto de argelinos emigrados a la metrópoli. Y así sucesivamente: pueden ustedes completar esta relación con el ejemplo que más les apetezca, que seguro que cumple a la perfección la función de ilustrar esta tesis. Eso sí: siempre que el ejemplo sea adecuadamente inscrito en su contexto, que no es otro que el de una sociedad posmoderna, que no queda descrita aludiendo únicamente a su carácter antagónico, al hecho de que esté atravesada —por no decir desgarrada— por conflictos relacionados con la propiedad, los servicios o cualesquiera otros bienes (rasgo que, a fin de cuentas, comparte con las sociedades modernas). Lo específico de esta sociedad es la forma en que reviste tales conflictos, el universo de representaciones a través de las cuales los hace visibles, los interpreta y, finalmente, los utiliza para reforzar lo existente. "



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