Tras tus pasos (fragmento)Begoña Aranguren
Tras tus pasos (fragmento)

"Galo y yo dormíamos separados. Acepto que este hecho fue algo que yo consideré un éxito atribuible a mi tesón. Después de aguantar casi un año durmiendo en la misma habitación que él, e incapaz de resistir una noche más todas sus manías, aproveché uno de sus procesos gripales para cambiarme definitivamente de dormitorio. Aunque cueste creerlo, dada su corpulencia y estatura, Galo estaba todo el día ávido de calor, quejándose de frío. Temía contraer una neumonía, ya que, a causa de una sinusitis nunca curada, padecía bronquitis crónica.
Yo estaba educada de otra manera; en casa de mis padres, y debido a una crianza apenas protegida —incluso en lo más elemental—, si una habitación no estaba fresca nos resultaba imposible conciliar el sueño. En fin, nuestras costumbres eran muy distintas y yo, por más vueltas que le daba, siempre llegaba a la conclusión de que no había razón alguna para que cada uno de nosotros, por motivos opuestos, temiéramos la hora de acostarnos. Me resultaba insoportable tener que poner toda la atención para evitar el más ligero ruido —incluso el absolutamente inevitable cuando una pasa la página de un libro— con el fin de no despertarlo. O no atreverme a encender la luz de la mesita de noche y, de necesitar ir al cuarto de baño, hacerlo aterrada.
A veces, quizá para vengarse de mí porque había trasnochado —siempre fui una noctámbula incorregible—, temprano por la mañana se ponía a tararear cualquier canción de moda. Ocasión en la que no dejaba de demostrar dos cosas obvias: para empezar, una ligera mala idea; y, sobre todo, que lejos de gozar de un buen oído Galo tenía una oreja frente a la otra. Era muy complicado reconocer la canción que trataba de interpretar.
Si tuviera que mencionar una deficiencia de Galo, confesaría su falta de interés por todo tipo de deporte. No sólo no le gustaba practicarlo. Tampoco verlo: asistir a una carrera de caballos podía aburrirle mortalmente. Y, por poner otro ejemplo más gráfico todavía, acudir a un partido de fútbol era para él algo muy parecido a pasar la tarde en el mismo infierno. Sin embargo, por extraño que parezca, jugaba al golf con mucho entusiasmo y acierto. Era también para él una forma de desconectar de su exigente quehacer diario. Pasear por el bello campo de golf del club de Acquasanta de Roma le relajaba mucho. Como tenía pies planos, utilizaba unos zapatos que le había confeccionado un rehabilitador ortopédico.
Sin ser guapo ¡qué atractivo resultaba Galeazzo! En mi opinión, era el conjunto lo que lo convertía en un hombre tan especial. Tanto su aspecto como su carácter lo hacían deseable a los ojos de muchas mujeres. Su inmenso esqueleto, su sonrisa burlona, un sentido del humor como he conocido pocos o su forma de vestir tan elegante lo convertían en alguien casi irresistible. "



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