El cielo sobre el tejado (fragmento)Natacha Appanah
El cielo sobre el tejado (fragmento)

"Lo que siempre recordará el doctor Michel es ese tatuaje gigantesco que parece sorber toda la luz de esa mañana de septiembre para esparcirla de nuevo en reflejos verdes y naranjas por toda la habitación. Ese efecto caleidoscópico lo para en seco, literalmente, y durante unos segundos no sabe qué hacer con el maletín, ni con los brazos, ni con las palabras que iban a salirle de la boca y de repente no pueden hacerlo. Como Jeanne lo atosiga por detrás, entra en la habitación y se percata de que es un dragón enorme que trepa por la espalda de la mujer.
«Es demasiado tarde para llamar a los bomberos», dice Jeanne detrás de él, y añade más cosas, pero el doctor Michel ya no la escucha. La mujer está de rodillas, totalmente desnuda, con las dos manos apoyadas contra la pared que tiene enfrente. Lleva la melena pelirroja recogida en la coronilla en un moño desaliñado. Vuelve el rostro hacia el doctor Michel, y a este se le encoge el corazón. Ese rostro es demasiado joven, demasiado puro para estar aquí, en esta posición, retorciéndose así, su cuerpo es demasiado liso, demasiado lechoso para llevar ese tatuaje. Es lo que el doctor Michel se habría podido imaginar en el cuerpo de esos pandilleros asiáticos que se ven en las películas y no sabe por qué —a él, que ha visto tantas cosas y le gusta pensar que puede mirarlo todo de frente— lo escandaliza. La joven le clava la mirada, abre la boca pero solo sale un gorgoteo y luego un lamento largo y fino como una liana. Es demasiado para el médico, que aparta los ojos. Al lado de la ventana hay una niña. Está de pie, de puntillas, como si quisiera ver mejor lo que hay fuera. No hace ningún ruido, es una presencia inmóvil, sobrenatural, como esos niños de las películas de miedo que lo ven todo y lo saben todo. Mucho tiempo después, el doctor Michel se seguirá acordando de esa silueta frágil que estiraba el cuello y que quizá viera algo que no era el descampado en pendiente e invadido de maleza amarillenta, las alambradas de las vías del tren y los postes de la luz. Quizá estuviese admirando, esa mañana, el cielo azul, tranquilo. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com