Las vírgenes sabias (fragmento)Leonard Woolf
Las vírgenes sabias (fragmento)

"Aún hacía calor, aunque fueran las cinco y media. El zumbido de los insectos entre las rosas y el aire pesado hacían que pareciera un día de agosto en lugar de uno de junio. Ethel, May y Gwen habían tomado el té bajo el solitario y caduco melocotonero, situado en el margen del césped y del sendero. Ninguna de ellas había dicho gran cosa en el último rato. Gwen estaba echada en una tumbona con una novela sobre el regazo. Observaba a sus dos hermanas mayores de esa forma poco atenta con la cual uno a veces mira sin llegar a ver las cosas y las personas, y la casa y los muebles y los parientes con los que se ha pasado toda la vida. Frente a ella Ethel estaba sentada de aquella forma suya tan erguida sobre la silla de enea, concentrada con la aguja sobre el breve remiendo blanco sobre el que trabajaba; y May, echada hacia delante, las piernas abiertas y los pies anclados al suelo, los codos sobre las rodillas, leía otra novela que había sacado de la biblioteca local.
Gwen meditaba sobre el indefinido descontento que sentía, una desazón que parecía acometerla con mayor frecuencia durante las últimas semanas. Sabía que no se trataba de un sentimiento muy apropiado, y por lo tanto nada en el mundo le habría hecho comunicárselo a persona alguna. Y sin embargo ahí estaba de nuevo esa sensación; no podía concentrarse en su libro. De repente, la atención que mostraban los ojos de color azul pálido de su hermana Ethel, unida a la dulce expresión de sus labios apretados, las robustas piernas de May y la carne de sus mejillas hundida por la presión de las manos mientras se inclinaba sobre la novela, despertaron en Gwen un sentimiento inequívoco de disgusto. Bostezó sonoramente y volvió a echarse sobre la tumbona. Ninguna de sus hermanas pareció inmutarse. Elevó los ojos y observó a las golondrinas desplazándose en una rápida línea que se perdía sobre los tejados, para reaparecer un instante después sobre su cabeza y luego esfumarse entre las casas, y volver a mostrarse otra vez en el mismo lugar, y vuelta a empezar. Sus chillidos la irritaron aún más si cabe. Alargó las piernas y volvió a bostezar, esta vez con más fuerza. "



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