La Retornada (fragmento)Donatella Di Pietrantonio
La Retornada (fragmento)

"Me detuve. No quise preguntar de qué hermano hablaba. Añadió que nuestros padres se encontraban en el lugar. No recuerdo por qué medio llegué yo, a quién le pedí que me llevara.
Había coches aparcados en el arcén de la carretera, detrás del de la policía. Alguien la había llamado por un robo, ya no confiaban en los carabineros del pueblo, que no pillaban nunca a esos maleantes. Los agentes habían perseguido el viejo ciclomotor a escape libre y en la curva un derrape, quizá sobre un poco de grava o una mancha de aceite, lo había sacado de la calzada. El chico que conducía se había sujetado al manillar y no había sufrido heridas graves, ya estaban operándolo en el hospital.
Vincenzo había perdido el agarre a la cintura de su amigo. Había volado por encima de la hierba otoñal hasta el cercado de las vacas. Quizá hasta hubiera visto, en aquellos mínimos instantes separado del suelo, en qué iba a engancharse. Había caído con el cuello sobre el alambre de espino, como un ángel demasiado cansado para aletear una última vez, más allá de la línea fatal. Las púas de hierro habían penetrado en la piel, habían abierto la tráquea y sajado las arterias. Había quedado suspendido con la cabeza hacia los animales que pastaban, el cuerpo flácido al otro lado, sobre las rodillas, un pie torcido. Las vacas se habían vuelto a mirarlo, luego habían bajado el hocico y habían seguido paciendo. Cuando llegué, el labrador inmóvil se sujetaba al mango de la horca delante de la muerte ocurrida en su campo.
Los policías dijeron que había que esperar al médico. Apoyada en un árbol, lo veía un poco de lejos, a Vincenzo. No sé por qué no lo habían tapado, estaba allí, expuesto a los curiosos, como un espantapájaros mal hecho. Se había levantado un viento ligero, le movía a ratos los faldones de la camisa.
Me acuclillé resbalando con la espalda por las escabrosidades de la corteza. En alguna parte los gritos de la madre, como un ulular diurno. Después el silencio habitado por una voz baja que trataba de consolarla. De vez en cuando también se alzaban al cielo las blasfemias del padre, acompañadas por los brazos amenazadores hacia Dios. Otras manos se los agarraban en un intento de calmarlo.
Me tumbé de costado y encogida en posición fetal sobre el minúsculo mundo de hierba. Alguien me vio, se acercó. La Retornada, decían, o bien: la hermana. Los oía, pero como a través de un cristal. Me tocaron un hombro, el pelo, me cogieron por las axilas y me sentaron al menos. No era razonable que me quedara en el suelo de aquella manera. Se contaban el accidente sin ahorrar detalle, como si yo no estuviera allí. Preguntaban si los chicos habían estado robando, antes. Uno juraba que sí, pero no sabía dónde ni qué. Los policías solo habían encontrado dos cañas de pescar, que habían salido despedidas del ciclomotor, y un saco con lucios dentro, capturados en el río aquella mañana de sol. Quizá mi hermano quería traérnoslos para cenar, como el jamón. Dos hombres se maravillaban, nunca habían visto unos tan grandes por allí.
La luz se alternaba con la sombra de las nubes que venían de las montañas y con un frío repentino. Pensaron llevarme al caserío, a beber un vaso de agua. Me negué. Al poco vino la campesina con una taza de leche de sus vacas. "



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