El ángel de Grozni (fragmento)Asne Seierstad
El ángel de Grozni (fragmento)

"La habitación me trae a la cabeza anteriores experiencias en hoteles soviéticos. Al dejar un suéter en el estante del armario, bascula hacia atrás y cae sobre el estante inferior. Intento clavarlo, pero faltan dos ganchos, así que reparto la ropa de manera que el peso quede equilibrado. Todas las puertas del armario están torcidas, y el frigorífico, caliente como una bolsa de plástico al sol. Pero el agua de las botellas que traigo puede muy bien beberse sin estar fría. En el baño falta la mayoría de las baldosas, la mampara de la ducha se balancea en las guías torcidas, y cuando, descuidadamente, tropiezo con el retrete dándole con la rodilla, lo desplazo fuera de su sitio. Rápidamente lo empujo para colocarlo de nuevo en su lugar. Me tumbo en la cama. Está mojada. La desplazo un poco y cuelgo la manta a secar sobre los barrotes. ¿Cuántos años puede hacer que el edificio fue construido?
Un par de años, supe más tarde. Me acuerdo de la única voz crítica que había escuchado aquel maratón de día en el que Ramzan Kadyrov fue investido presidente, un mes antes. Una periodista chechena me susurró cuando yo alabé la rápida reconstrucción de la ciudad: «Construyen rápido y mal. Construyen cascarones. Muchas de las placas encoladas están a punto de caerse. Pronto habrá que construirlo todo de nuevo».
Después de dos horas de reposo, el guapo Mamed llama a mi puerta para enseñarme Grozni. Desafortunadamente, debía irse a Estrasburgo al día siguiente. Me había sorprendido encontrarle aquí. La última vez que lo vi fue en Estocolmo, en una conferencia sobre la situación de los derechos humanos en Chechenia organizada por el centro Olaf Palme. Un punto de reunión de personas pertenecientes a diferentes organizaciones para la defensa de los derechos humanos, tanto rusos como chechenos, varios de ellos amenazadas por Kadyrov. Anna Politkovskaya había participado activa y enérgicamente en la reunión, era la más punzante, la que ponía los puntos sobre las íes cuando no se llamaba a las cosas por su nombre. En la última cena, ella y yo acordamos reunirnos en Moscú, adonde iría unas semanas más tarde.
—En casa, debemos reunirnos en casa. Para mí, Moscú ahora es sólo mi piso y los pisos de mis padres, de mis hijos y de mis amigos. Todo lo demás es grosero y grotesco —me dijo.
Tres semanas después yo subía al avión de Moscú para asistir a su entierro.
Pero ¿por qué había ido Mamed a Estocolmo? ¿Le había mandado Kadyrov? Su oficina estaba situada en el Astoria, pared con pared con el piso del presidente del Gobierno, el mejor amigo de Kadyrov. Ahora quería mostrarme la avenida de la Victoria, a la que llamaban avenida Kadyrov. Entramos a una calle recién reabierta.
—Esta calle ha estado cerrada durante años —dice Mamed.
Echamos un vistazo al parque conmemorativo en memoria de Kadyrov y a la mezquita que está construyéndose; se convertirá en la más grande de Europa, o en todo caso de Rusia, del Cáucaso, diseñada por un arquitecto de Estambul. "



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