España y Cataluña: Historia de una pasión (fragmento)Henry Kamen
España y Cataluña: Historia de una pasión (fragmento)

"Desde el punto de vista de un patriota catalán de principios del siglo XX, la mayor parte de esta triple perspectiva era totalmente válida. Como afirmó el primer portavoz de la nueva tendencia nacionalista en la década de 1890, Prat de la Riba, que acababa de salir de la adolescencia, los catalanes seguían siendo una nación porque tenían «una lengua, una historia común y vive unida bajo un mismo espíritu». El problema, apuntaba, era que los catalanes eran infelices con Castilla, o España, como el «Estado» que los gobernaba, porque los amenazaba como «nación». Esta modalidad de discurso, en la que la nación (o «patria») se consideraba como algo distinto al «Estado», confería a la palabra «nación» una significación muy especial —que aún conserva— para los separatistas catalanes. La infelicidad o no de los catalanes no es nuestra primera preocupación aquí. Sin embargo, ello condujo a Prat de la Riba y a otros a ciertas nostalgias del remoto pasado histórico que resultan muy llamativas. Aunque los nacionalistas gozaron en principio del apoyo de los historiadores liberales, no tardaron en darle la vuelta a la interpretación liberal del pasado. Observemos detenidamente estos aspectos del caso.
En vez de idealizar el reino de los Reyes Católicos (como hicieron los castellanos), Prat de la Riba veía ese período como el principio del declive de España. Todo lo que prometía España tras la unificación en la década de 1480 procedía, no de Castilla, sino de la Corona de Aragón: el empuje comercial, el poder naval, el imperio mediterráneo, el dinero para financiar los viajes de Colón… La unión de las coronas inclinó el equilibrio a favor de la Corona de Castilla, y el resultado fue el declive del país. Buena parte de la culpa le correspondía a Fernando, que había puesto sus reinos a disposición de Castilla con aquella alianza y había utilizado las tropas castellanas para llevar a cabo sus medidas más impopulares. Castilla asumió la iniciativa, gracias a la cooperación de Fernando, y destruyó lo mejor que tenía España. Castilla monopolizó el control, estableció la Inquisición, instaló la uniformidad y el absolutismo (el concepto, utilizado convenientemente para criticar a Felipe V, ahora se retrasaba aún más: hasta el siglo XV), y arruinó las colonias de ultramar. Castilla también arrastró a Cataluña al desastre de 1898 (cuando España perdió los últimos restos de su imperio en favor de los Estados Unidos), un desastre del cual deberían haberse librado. Esta era una interpretación muy original, y también extraordinariamente relevante, de la Edad de Oro de España, y completamente inverosímil. Une directamente el siglo XVI con el XIX, y extrae de semejante teoría unas conclusiones políticas cruciales. La única esperanza para Cataluña, dadas las circunstancias, era crear su propio «Estado». Durante los siguientes cien años los políticos catalanes se enredarían en una serie interminable de debates sobre el tipo y la forma de «Estado» que podría asumir el país.
De todo esto puede extraerse una conclusión. El año 1714 fue una época de grandes penurias para todos, y no solo para los patriotas catalanes: fue un tiempo de sufrimiento para los exiliados castellanos y para los soldados alemanes en Barcelona, que lucharon contra la dinastía borbónica, para los ciudadanos que no deseaban luchar pero que fueron obligados a hacerlo y a morir por la implacable decisión de la Generalitat, para los miles de soldados pertenecientes a las tropas francesas que dieron sus vidas innecesariamente cuando una rendición habría impedido que se provocara aquella tragedia. Ni el año 1714 dio luz a ningún fervor nacionalista, ni de allí nació ninguna ideología separatista. En ningún momento y por ningún aspecto puede deducirse que los rebeldes de Cataluña entendieran que había una divergencia entre sus intereses y los de España: continuaban compartiendo ideas, aspiraciones y la vida social y económica de la vieja España que siempre habían conocido. Pero algo crucial había ocurrido: los lazos, a veces complejos y difíciles, pero también cordiales generalmente, que habían unido sus destinos durante siglos se tensaron hasta casi romperse. Políticamente unida a España en las nuevas circunstancias tras 1714, Cataluña fue obligada a mirar a Madrid para buscar respuestas; dominada por una élite gobernante que estaba empezando a desvincularse de sus raíces culturales y regionales, Cataluña tenía que buscar urgentemente nuevos horizontes. "



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