Pequeño hermano (fragmento)Cory Doctorow
Pequeño hermano (fragmento)

"Llamé a Ange camino al hospital donde tenían a Darryl —el San Francisco General, calle abajo de donde estábamos— y quedamos en vernos después de cenar. Ange me hablaba rápidamente, en un susurro. Su mamá no estaba segura de si debía castigarla o no y Ange no quería tentar al destino.
Había dos policías estatales en el corredor de la habitación de Darryl. Contenían a una legión de periodistas que se paraban en puntas de pie para mirar y tomar fotos. Los flashes explotaron frente a nuestros ojos como luces estroboscópicas y sacudí la cabeza para despejarme. Mis padres me habían traído ropa limpia y me había cambiado en el asiento trasero del coche, pero todavía me sentía sucio, aunque me había frotado con fuerza en el baño del tribunal.
Algunos periodistas pronunciaron mi nombre. Ah, sí, cierto… ahora era famoso. Los policías también me miraron: reconocieron mi cara, o bien mi nombre cuando los periodistas me llamaron.
El padre de Darryl se reunió con nosotros en la puerta de la habitación, hablando en murmullos muy bajos para que los periodistas no escucharan. Llevaba puesta ropa de civil, los jeans y el suéter que yo normalmente lo veía usar cuando pensaba en él, pero tenía las insignias militares abrochadas en el pecho.
—Está dormido —dijo—. Despertó hace un rato y comenzó a llorar. No podía detenerse. Le dieron algo para ayudarlo a dormir.
Nos hizo entrar y allí estaba Darryl, con el cabello limpio y peinado, durmiendo con la boca abierta. Tenía algo blanco en las comisuras de la boca. Era una habitación semiprivada y en la otra cama había un sujeto mayor, de aspecto árabe, de unos 40 años. Lo reconocí como el que estaba encadenado a mí cuando salimos de Treasure Island. Nos saludamos con la mano, algo avergonzados.
Después me dediqué a Darryl. Lo tomé de la mano. Tenía las uñas comidas hasta la raíz. Siempre se mordía las uñas cuando era niño, pero abandonó el hábito cuando entramos en la secundaria. Creo que Van lo convenció; le dijo que era desagradable que tuviera los dedos en la boca todo el tiempo. Escuché que mis padres y el padre de Darryl se retiraban y cerraban las cortinas a nuestro alrededor. Puse mi cara junto a la de mi amigo, sobre la almohada. Tenía una barba despareja, desgreñada, que me recordó a Zeb.
—Eh, D —dije—. Lo lograste. Te vas a recuperar.
Roncó un poco. Casi le digo “Te amo”, una frase que le había dicho a una sola persona que no pertenecía a mi familia, una frase que sonaba rara cuando se la decías a otro hombre. Al final, sólo le apreté la mano otra vez. Pobre Darryl. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com