Misión Olvido (fragmento)María Dueñas
Misión Olvido (fragmento)

"El cese abrupto de los martillazos me devolvió a la realidad.
Miré la hora. Mediodía. Sólo entonces fui consciente del montón de horas que llevaba revolviendo papeles sin la más remota idea de qué demonios tendría que hacer con ellos. Me levanté del suelo con esfuerzo, noté las articulaciones entumecidas.
Mientras me sacudía el polvo de las manos, me alcé de puntillas y miré por el estrecho ventanuco cercano al techo. Como único paisaje contemplé una obra momentáneamente parada y las botas recias de un puñado de trabajadores que trajinaban sus almuerzos entre pilas de tablones de madera. Noté un pinchazo en el estómago: una mezcla de flojedad, desconcierto y hambre.
Había llegado a California la noche anterior después de tres aviones y mil horas de vuelo. Tras recoger el equipaje y después de unos instantes de desorientación, localicé un pequeño cartel.
Con mi nombre escrito en el trazo grueso de un rotulador azul, sostenido por una mujer robusta de mirada ausente y edad imprecisa. Treinta y cinco, treinta y siete años, cercana a los cuarenta quizá. Un vestido color vainilla y el pelo lacio cortado a la altura de la mandíbula configuraban su porte. Me acerqué hasta ella pero, ni siquiera cuando me tuvo delante, pareció percatarse de mi presencia.
(…)
En mi ansia por huir de mis demonios domésticos, había imaginado que un cambio radical de trabajo y geografía sería como una tabla de salvación en la deriva de mis sentimientos.
Pero al ver aquel desbarajuste de cajas y archivadores amontonados, de carpetas desparramadas por el suelo y materiales apilados unos encima de otros sin atisbo de concierto, intuí que me había equivocado. Jamás se me había pasado por la imaginación que poner orden a los polvorientos bártulos de un profesor muerto sería el flotador al que acabara por aferrarme en mitad de la tempestad.
Pero ya no había vuelta atrás. Demasiado tarde, demasiados puentes volados. Y allí estaba yo tras la marcha de Rebecca, encerrada en un sótano en un pueblo perdido de la costa más remota de un país ajeno, mientras a miles de kilómetros mis hijos se adentraban solos en los primeros tramos de sus vidas adultas y el que hasta entones había sido mi marido se disponía a revivir la apasionante aventura de la paternidad con una abogada rubia quince años más joven que yo. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com