La Cruz de San Jorge (fragmento)Alexander Kent
La Cruz de San Jorge (fragmento)

"Bolitho se llevó la copa a los labios mientras la sombra de un mastelero enemigo pasaba sobre la cubierta delante de él. Vio que algunos de los marineros ensangrentados se detenían a mirarle; algunos sonrieron cuando él los miró, y otros simplemente se quedaron con la vista clavada en él, intentando encontrar algo. Para recordarlo o quizás para contárselo más adelante a alguien que quisiera saber de ello. Se dio cuenta de que estaba tocando el guardapelo que llevaba bajo la camisa. Ella entendería lo que eso significaba para él. Tienen confianza. Sólo eran dos palabras, pero plenas de significado.
Mientras el sol se elevaba en el cielo despejado, dejando bruma en los dos horizontes, la dotación de la Indomitable trabajaba casi sin pausa para eliminar del barco las marcas y las manchas del combate. El aire olía a ron y se esperaba que a mediodía estuviera preparada la comida. El marinero corriente consideraba la bebida fuerte y el estómago lleno una cura para casi todo.
Por debajo de los sonidos de las reparaciones y de la actividad disciplinada, en el sollado de la Indomitable el contraste era enorme. Situado bajo de la línea de flotación del barco, era un lugar silencioso que nunca veía la luz del sol, ni lo haría hasta que lo desguazaran. A lo largo de dicha cubierta se almacenaban provisiones y madera de respeto, aparejo y agua potable, y en las muy vigiladas santabárbaras, pólvora y balas. Allí estaba el pañol del contador, con ropa, tabaco y comida; y vino para la cámara de oficiales. Y en la misma oscuridad reinante, interrumpida aquí y allá por grupos de lámparas, parte de la dotación de la fragata, guardiamarinas y otros oficiales de cargo modernos, vivían, dormían y, a la luz de las velas titilantes, estudiaban y soñaban con el ascenso.
Era también un lugar adonde se llevaba a los hombres para que sobrevivieran o murieran, según dictaran sus heridas y lesiones.
Bolitho se agachó para pasar bajo los enormes baos del techo y esperó a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad, y también al cambio que suponía ver el alivio y el buen humor de los vencedores junto al sufrimiento y el miedo de los que tal vez no vivieran para volver a ver la luz del sol.
Afortunadamente, al ser los primeros en abrir fuego, y gracias al mejor manejo del barco por parte de Tyacke en la corta distancia, la lista de bajas de la Indomitable, su cuenta, había sido bastante reducida. Sabía por su larga experiencia que eso no era consuelo para los desafortunados que estaban en el sollado. Algunos estaban echados, o sentados y apoyados contra las grandes maderas curvadas del casco, vendados, muchos con la vista clavada en el pequeño grupo que había alrededor de la mesa en la que el cirujano y sus ayudantes atendían a sus pacientes: sus víctimas, como los llamaban los viejos marineros.
Bolitho pudo oír la dificultosa respiración de Allday; no sabía por qué el patrón había decidido acompañarle. Debía dar gracias por el hecho de que su hijo se hubiese ahorrado aquel final lleno de sufrimiento y desesperación.
Estaban sujetando sobre la mesa a un hombre cuya desnudez mostraba todavía las manchas de pólvora del combate; tenía el cuello y la cara sudorosos y casi se atragantó con el ron que le metieron por la boca antes de ponerle la mordaza de cuero entre los dientes. El delantal del cirujano ya estaba oscuro de sangre. No era de extrañar que les llamaran carniceros.
Pero Philip Beauclerk no era de los típicos cirujanos curtidos e indiferentes que solían encontrarse por la flota. Era joven y estaba altamente cualificado, y se había presentado voluntario con un grupo de cirujanos para servir en buques de guerra, en los que se sabía que las condiciones y el tratamiento rudimentario de las heridas a menudo mataban más hombres que el enemigo. Tras el actual destino, Beauclerk volvería al Colegio de Cirujanos de Londres, donde, junto a sus colegas, aportaría sus conocimientos para publicar una guía práctica que pudiera ser de ayuda para mitigar el sufrimiento de hombres como aquellos.
Beauclerk lo había hecho bien durante la lucha con el U. S. S. Unity, y había sido de gran ayuda para Adam Bolitho cuando este había vuelto a bordo tras escapar de su prisión. Tenía una expresión seria y serena, y los ojos más claros que Bolitho había visto jamás, y que mostraban una mirada muy tranquila. Se acordó del momento en que Beauclerk había mencionado a su magnífico tutor, sir Piers Blachford que había estado investigando a su vez a bordo del Hyperion. Bolitho podía verle como si estuviera allí mismo, con su figura alta de grulla caminando con paso decidido entre cubiertas, haciendo preguntas y hablando con muchos de los hombres; un hombre serio, con una buena dosis de coraje y de compasión, lo que le había granjeado el respeto hasta de los marineros más duros. Blachford había estado en el Hyperion hasta el último día del mismo, cuando finalmente el barco se había ido a pique con la insignia de Bolitho ondeando todavía en su maltrecha arboladura. Con él se habían ido muchos hombres: no podían estar en mejor compañía. Y todavía se cantaba sobre su viejo barco, Cómo despejó el camino el Hyperion. Cuando se cantaba en las tabernas y parques de atracciones siempre la coreaban muchos, aunque los que lo hacían pocas veces tenían idea de cómo había sido el episodio que glosaba. "



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