El escalador congelado (fragmento)Salvador Gutiérrez Solís
El escalador congelado (fragmento)

"Un grito, un grito de Marianna, al final del pasillo, le alertó. Corrió Amadeo hacia la procedencia del grito, al otro lado de una puerta cerrada que no soportó la patada. Me cago en la puta, me cago en la puta. Marianna estaba tumbada sobre una cama de sábanas revueltas, boca abajo, y Raúl corría hacia la pistola que había en el suelo, al lado de la almohada. Quieto, que te mato, que te mato, cabronazo, que te mato. Amadeo se arrojó sobre Raúl, que salió despedido hacia una esquina. La pistola —M-43— se deslizó bajo la cama, quedó lejos. Amadeo buscó a Marianna, trató de alterar su inmovilismo agarrándola de un brazo.
La sangre, tras empapar una gran parte del colchón, comenzó a descender por la pata izquierda, inferior, de la cama; manchó una sábana arrugada, que se encogió al contacto; salpicó un par de baldosas, navegaba por las juntas de las baldosas, canalizada. Dios mío, Dios mío. Quería Amadeo comprobar lo que intuía cuando sintió las manos de Raúl en su cuello, los dedos trataban de colarse bajo su piel. Consiguió zafarse Amadeo del ataque golpeando la barbilla de Raúl con su codo derecho. Hubo más sangre, un leve anticipo de una avalancha de sangre.
En el suelo, Raúl, indefenso, aprovechó Amadeo para golpearlo con fuerza, repetidamente, muérete, muérete, hasta que perdió el conocimiento, con el tacón de un botín negro que encontró cerca de la mesita de noche. Muérete, muérete, muérete de una puta vez.
Entre jadeos, agotado, Amadeo se acercó hasta Marianna. Dudó un segundo, antes de darle la vuelta. Durante ese segundo, Amadeo pensó en la Marianna que había conocido, en la que se despertó a su lado esa misma mañana, en la que sujetaba el test de embarazo.
Tal vez fuera un ejercicio mental a modo de defensa. Tal vez fuera un segundo de calma antes de la tormenta.
Cada día soy más tú.
Un cuchillo con el mango negro, ese mismo cuchillo que la propia Marianna había comprado unos minutos antes, se hundía en su vientre. Estaban cerrados los ojos de Marianna y sus mejillas habían perdido sus característicos tonos rosados —especialmente rosados en una mujer de piel blanquecina como ella—. Estaba muerta Marianna. "



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