El ladrón de libros y otras bibliomanías (fragmento)Núria Amat
El ladrón de libros y otras bibliomanías (fragmento)

"Debí asociar el impuesto culto religioso con el culto voluntario al libro del cual este participaba de forma instrumental o secundaria y me recluí espontánea o deliberadamente en el segundo. Sin matices beatos. Por el contrario, vanidosos y no exentos de lujuria. Desde este punto de vista les debo un favor a las monjas.
Misales gruesos; imponentes para ser sostenidos por unas manos pequeñas pero al mismo tiempo manipulables; de cantos dorados, cuando estaban confeccionados en superdelicado papel de biblia, o guillotinados en color sangre, si se trataba de los más sencillos. En el tipo de misal que un feligrés utilizaba se distinguía la diferencia de clase. Los lujosos, de presentación vistosa e impecable, y los pobres, con hojas de papel brillante, y hasta cierto punto, más basto, e impresos con un tipo de letra sorprendentemente grande pues debía suponerse que quienes rezaban con estos últimos padecían dificultades de lectura. Me gustaban todos, justamente por sus diferencias. Constantemente los abría y cerraba, a veces al azar y otras por las páginas señaladas con la cintita roja o verde. Me gustaba cambiar caprichosamente de página movida únicamente por el placer que me proporcionaba este ejercicio. Y, por encima de todo, me apetecía olerlos. Su olor me atraía enormemente y, como además era sagrado, no admitía comparación alguna, ni tan siquiera con un libro común a no ser que sus páginas fueran de papel cuché. En ese caso aceptaba introducirlo en la categoría de los libros que merecían la pena. Por el aroma que desprendían era capaz de distinguir, con los ojos cerrados y sin servirme del tacto, un misal de otro de entre los muchos conocidos. Podían ser nuevos, devotamente usados, o maltratados. El aroma variaba en cada ejemplar pero jamás se perdía del todo. Sus encuadernaciones de inevitable color austero (de la blanca encuadernación en nácar solo quedaban desperdigados restos) les proporcionaban la cualidad mágica de libro importante o secreto. En este aspecto había también notables distinciones: los encuadernados en piel (verde, marrón, negra y burdeos), en cartoné (negro, sin excepción) y algún atrevido que lucía tapas llamativas de plástico. Detestaba, eso sí, el típico misal de monja. Olía a refectorio. "



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