La cabeza de Medusa (fragmento)Marilar Aleixandre
La cabeza de Medusa (fragmento)

"El interior del coche era tibio y olía a alcohol. Quizá olía desde el principio, pero Sofía no se había dado cuenta hasta que el copiloto hipó. Él volvió la cabeza y le guiñó un ojo. Ella miró hacia delante, deseando que el viaje acabase pronto. No te preocupes, mamá, enseguida estaré en casa, en mi camita.
—¡Disculpas, señoras, disculpas! Normalmente conduzco más suave ¿no es cierto, Pedro? Diles que yo lo hago todo suave, suave... Es el condenado atasco. ¿Sabes qué? Voy a coger un atajo, sí. Nos echamos al monte.
—Sí, cógelo –animó Pedro –. Por el atajo hay menos posibilidades de encontrarnos con un control y que nos hagan soplar...
El coche giró hacia la derecha por una carretera. Subió por la cuesta y llegó a un cruce. Otro cruce y otro más, hasta perder la cuenta. Sofía deseaba adormecerse, pero la música atronadora, las carcajadas de los chicos, la mantenían alerta. Este camino por el que iban ahora, en medio de árboles, donde no se veía ninguna casa, parecía no tener fin. Pero de repente llegaron a un lugar donde terminaba el asfalto. Sofía recordó vagamente una señal, unos kilómetros antes, un rectángulo encarnado, carretera sin salida.
—Nos hemos perdido –dijo el copiloto–. Tú y tus ideas de bombero. Un atajo a ninguna parte. Da la vuelta, anda.
—Ahora no me da la gana –dijo el otro.
Y apagó el motor, aunque sin quitar el contacto. En medio del monte la música sonaba ensordecedora. Abrió la puerta y salió. En su mano había una botella de ginebra. O tal vez vodka. Después abrió la puerta trasera y tomó a Sofía de la mano.
—Vamos a bailar a la luz de la luna.
Sofía no quería salir del coche, pero Lupe le dio con el codo y murmuró, es mejor seguirle la corriente, no nos vaya a dejar aquí tiradas. Ella ya estaba bajando y danzaba enfrente del copiloto, que se reía de forma incontrolable. Sofía intentó hacer lo mismo, bailar sueltos, a pesar del daño que le hacían los zapatos, pero su pareja la enlazó por la cintura, echándole encima el aliento a alcohol. Ginebra, definitivamente. Era un chico altísimo, musculoso, quizá no tan guapo como el copiloto, pero con el cuerpo de un atleta.
—No estés tan rígida –dijo él– ¿no te gusta bailar a la luz de la luna?
—¿Luna? ¿Qué luna? Yo lo veo todo nublado.
—Falta de imaginación. ¿No es mucho más romántico bailar aquí que en una discoteca?
—Depende. Si no me hiciesen daño los zapatos, tal vez.
Él soltó una carcajada.
—Ven, mujer. ¿Por qué no me lo dijiste antes? Pasadas las doce de la noche las princesas deben quitarse los zapatos de cristal.
Abrió la puerta trasera del coche y la ayudó a sentarse. Luego, con mucho cuidado, le quitó los zapatos.
—¿Mejor?
—Mucho mejor. ¡Qué alivio!
Tal vez no fuese mala gente, sólo estaba un poco bebido. No te preocupes, Rubén. No problem, baby. Había que pedirle que las llevase a casa. Él tomó sus pies con las manos y comenzó a acariciarlos, por encima de las medias.
—¿Mejor así? Mis masajes son famosos. Lo hago todo muy suave. Dime que los tienes mejor.
—Sí, los tengo mejor, pero... estoy muy cansada. Llévame a casa, por favor.
Él no la escuchaba. Sus manos subían piernas arriba.
—Tienes unas rodillas preciosas. Ya te lo habrán dicho muchos...
—No sé... ahí no, por favor... por favor...
—¿Qué haces? Pórtate como una buena chica y no me des patadas, que me enfado. Yo por las buenas soy un pedazo de pan, pero por las malas...
—Sé bueno y déjame, entonces.
—¿No te gusta que te toque las piernas? Os gusta a todas. Tienes los muslos muy suaves.
—No me gusta, no... Quita la mano, por favor...
—Te va a gustar. Lo vamos a pasar muy bien, tú y yo, lo haré suave, pero tienes que portarte bien. Déjame que baje esas bragas tan bonitas. Te va a gustar, ya verás, así, así...
—¡No quiero! Suéltame.
—¡No me arañes! ¿Tú crees que se puede ir calentando a los hombres con esos muslos al aire y dejarlos compuestos? Pon aquí la mano. Mira que dura la tengo... por culpa tuya. "



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