La maestra de inglés (fragmento)Carlo Dossi
La maestra de inglés (fragmento)

"En verdad, todos somos egoístas. La diferencia solo estriba en los medios de satisfacer tal egotismo, medios que los previsores hallan en la beneficencia: quiero decir que, no sintiendo ellos felicidad alguna en sí mismos, hacen que la que ellos ofrecen a los demás los ilumine como en un reflejo. En cambio, hay quienes, por decirlo mal y pronto, creen obtener del mal instigado en los demás una lenificación del suyo propio. De ahí surgen esas dos razas de hombres: una, contenta, alegre, recoge las rosas cultivadas por ella misma; la otra, ceñuda, crispada, se pincha con las ortigas que sembró. ¡Oh, en este último caso, Dios nos libre de los viejos! ¿La gota los obliga a quedarse sentados en un sillón? ¡Cómo demonios se atreve el mundo a moverse! ¿Perdieron los dientes? Que todo el mundo coma papilla. Que se queme Roma entera mientras ellos tengan lo suyo… Por desgracia, el padre de Aurora —digo desgracia de ella y suya propia— pertenecía a esa clase.
Como doblemente egoísta que era, don Pietro Morelli solo se había desposado para tener una criada y un colchón de muelles, y había tenido una hija solo para disponer de otra, para cuando la primera estuviera fuera de servicio.
Es que un tirano presupone un pueblo bobo; y don Pietro había elegido bien a su propio pueblo. Imaginen que la mujer de él —una de esas pobres almas, carentes de voluntad y siquiera de la valentía de tenerla, almas nacidas para martirios sin gloria—, curvada por el triple peso de la fatiga, la mala salud y la ofensa continuada, utilizaba, cual mayor lamento suyo, el suspiro; luego, rendida, desgastada, por miedo a disgustar al marido, se quedó esperando y acabó estirando la pata justo en el momento en que la muchacha llegara a sostenerle, sola, el abrigo a su padre. Y Aurora, alma también tímida tanto por naturaleza como por hábito, había aceptado la herencia de su madre, tal cual.
Sin embargo, al poco tiempo, el señor padre o padrón, víctima de un medio ataque, perdió sus piernas y su empleo. Entonces cambió de táctica. Don Pietro, ahora, necesitaba ayuda, y la necesitaba de verdad, ya que no podía seguir obligando a los demás a prestársela: don Pietro era un hombre vil; creía que no podía confiar en el amor de su hija, aunque (entre nosotros) no tenía por qué dudar; por eso, empezó a hacerse la víctima, a llorar, a quejarse. Y la buena de Aurora, a despecho de toda reprimenda y de toda regañina de él, lo servía de rodillas, ahora que él le suplicaba tanto, ¡ya se lo pueden imaginar! "



El Poder de la Palabra
epdlp.com