La maestra de inglés (fragmento) "En verdad, todos somos egoístas. La diferencia solo estriba en los medios de satisfacer tal egotismo, medios que los previsores hallan en la beneficencia: quiero decir que, no sintiendo ellos felicidad alguna en sí mismos, hacen que la que ellos ofrecen a los demás los ilumine como en un reflejo. En cambio, hay quienes, por decirlo mal y pronto, creen obtener del mal instigado en los demás una lenificación del suyo propio. De ahí surgen esas dos razas de hombres: una, contenta, alegre, recoge las rosas cultivadas por ella misma; la otra, ceñuda, crispada, se pincha con las ortigas que sembró. ¡Oh, en este último caso, Dios nos libre de los viejos! ¿La gota los obliga a quedarse sentados en un sillón? ¡Cómo demonios se atreve el mundo a moverse! ¿Perdieron los dientes? Que todo el mundo coma papilla. Que se queme Roma entera mientras ellos tengan lo suyo… Por desgracia, el padre de Aurora —digo desgracia de ella y suya propia— pertenecía a esa clase. Como doblemente egoísta que era, don Pietro Morelli solo se había desposado para tener una criada y un colchón de muelles, y había tenido una hija solo para disponer de otra, para cuando la primera estuviera fuera de servicio. Es que un tirano presupone un pueblo bobo; y don Pietro había elegido bien a su propio pueblo. Imaginen que la mujer de él —una de esas pobres almas, carentes de voluntad y siquiera de la valentía de tenerla, almas nacidas para martirios sin gloria—, curvada por el triple peso de la fatiga, la mala salud y la ofensa continuada, utilizaba, cual mayor lamento suyo, el suspiro; luego, rendida, desgastada, por miedo a disgustar al marido, se quedó esperando y acabó estirando la pata justo en el momento en que la muchacha llegara a sostenerle, sola, el abrigo a su padre. Y Aurora, alma también tímida tanto por naturaleza como por hábito, había aceptado la herencia de su madre, tal cual. Sin embargo, al poco tiempo, el señor padre o padrón, víctima de un medio ataque, perdió sus piernas y su empleo. Entonces cambió de táctica. Don Pietro, ahora, necesitaba ayuda, y la necesitaba de verdad, ya que no podía seguir obligando a los demás a prestársela: don Pietro era un hombre vil; creía que no podía confiar en el amor de su hija, aunque (entre nosotros) no tenía por qué dudar; por eso, empezó a hacerse la víctima, a llorar, a quejarse. Y la buena de Aurora, a despecho de toda reprimenda y de toda regañina de él, lo servía de rodillas, ahora que él le suplicaba tanto, ¡ya se lo pueden imaginar! " epdlp.com |