Volver a Canfranc (fragmento)Rosario Raro
Volver a Canfranc (fragmento)

"Entró en el dormitorio principal. Además de no alertar a los brigadistas bávaros tampoco quería despertar a Arlette. Sentía en sus oídos un zumbido tan inaguantable que le producía mareos. Se acercó hasta una mesa que era a la vez tocador y escritorio y, después de apoyarse sobre su tabla, sacó de allí la llave para abrir el armario que contenía el cuadro de luces. La guardaba por encargo del jefe de estación, quien se la había encomendado por ser el que permanecía día y noche en aquellas instalaciones. La apretó con fuerza. Era el amuleto que le ayudaba en sus objetivos.
Volvió al pasillo. Según la época del año, los búcaros abrazaban lilas, flores de jazmín o nardos, y en aquel momento olía a primavera. Acarició al pasar el piano de cola negro marca Steinway, lacado, con adornos de hojas que salían de sus vetas, como si se despidiera de él. Lo había seguido en todas sus mudanzas, igual que los libros y los cuadros. Juste sentía la boca muy seca y la mandíbula enclavijada como si bajo las orejas tuviera dos bisagras oxidadas y frías. Siempre había creído que en ayunas mantenía la mente más despejada, pero esa noche no le servía de nada porque le asaltaban imágenes terribles de cadáveres descuartizados bajo las bombas, de botas solitarias abandonadas con la pierna que resguardaban dentro, sin el resto del cuerpo. Quiso evocar otros lugares, los de su Bretaña natal; pensó en su madre y como resultado de la tensión sonrió, apenas una décima de segundo, al recordar que muchos les decían que su mayor parecido radicaba en la tozudez de ambos. Entonces notó debajo de la lengua la saliva muy amarga. Necesitaba la normalidad que le proporcionaba el aroma de los cruasanes, asomarse a la ventana del horno para verlos henchirse y brillar frotados de mantequilla, quería llegar con vida hasta aquel mediodía y que lo honrara el olor del laurel y el pescado de la sopa bretona, del yod kerc’h, de la crema de avena o del cocido escapándose entre las tiras de la cortina. El pánico lo remitía a lo más primitivo, pero también a lo más necesario. "



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