Partida de dominó (fragmento)Roberto Molina
Partida de dominó (fragmento)

"El bigardo ahogó un ligero carraspeo y sonrió en su molesto escondite. Pensaba que el estado particular en que se hallaba la anciana facilitaría mucho su obra, que él deseaba realizar sin violencia, sangre ni otros resortes dramáticos. Era novato en el difícil arte del robo, más difícil en aquella especialidad que él había escogido de violar las viviendas y apoderarse de lo que hallaba más a mano, porque precisaba una serenidad a toda prueba, una resolución casi heroica y los sentidos de agudeza suma para columbrar una sombra, oír una suave pisada y percibir y casi oler los menores peligros. Nada decimos de la agilidad para trepar de un balcón a otro y del último a la calle; tacto para manejar con éxito llaves-ganzúas; fuerza para levantar en silencio un pesado mueble, abrir armarios, arrancar ventanas y arrostrar, en suma, con alguna ventaja los numerosos e imprevistos peligros. Su falta de agudeza psicológica le escondía y borraba el conocimiento del resorte principal en que iba a poner la planta de sus éxitos, que no era otra cosa que el susto de las víctimas. Sin este interesante detalle, que le daba como lograda la mitad de la victoria en el hecho mismo de resolverse el robo, no hubiera él empezado con tanta fortuna su iniciada carrera, ni tantos desenvueltos ladrones pasearían libres y satisfechos como pasean y triunfan por las hermosas terrazas, restaurantes de lujo, teatros y cines.
El lejano pariente de Monipodio quisiera que su próxima víctima callara. No abrigó sospecha de que le hubiese descubierto, y no preveía por entonces peligro mayor. Días ha que había planeado el robo en este cuarto, cuya dueña —en opinión de la barriada entera— tenía sus ahorros y los guardaría en aquella ventruda cómoda. El audaz mozalbete, unos minutos antes —sólo unos minutos— había llegado hasta el cuarto y, a favor de la algazara que de fuera se oía, abrió con maestra llave la puerta principal, cerro con tiento y se fue como una bala a la habitación de doña Teodora, todo sin tiempo para nada práctico, porque precisamente en aquel instante mismo salía ya del comedor la señora. El atrevido mozo, oídos los pasos y las palabras despidiendo a la niña, se acogió al recurso de la cama, y no era la vez primera que este expediente lo salvaba y le ayudaba después muy bien con el favor del sueño. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com