Cuando editar era una fiesta (fragmento)Jaime Salinas
Cuando editar era una fiesta (fragmento)

"Ya os puedo escribir desde mi nueva casa; estoy como un caracol, desde que he penetrado en ella apenas si he salido. Me libro, por fin, de los confinamientos de la vida hotelera, para trotar de cuarto en cuarto, abrir las diez puertas, cuatro armarios, probar las treinta sillas, imaginar recepciones a base de doscientas personas, cenas a base de diez. Y así acaba, por ahora, la vida de esas roñosas estructuras dedicadas a crear ficticios hogares para 24 horas y en las que he pasado más de veinticuatro meses.
Puedo entrar en detalles. En una colina, no lejos del Tibidabo, queda un islote de hotelitos, o torres, como aquí las llaman, rodeada, en su base, por nuevas moderno-herreriano casas de pisos. La altura nos salva, pasamos por encima de ellas para ver hasta la catedral y detrás el mar. Supongo que todas estas casitas fueron construidas a principios de siglo, fines del otro. Tienen cierto sabor colonial, muchas sólo son de una planta, con terraza delante, su jardincito con jarrones rocosos. La mayoría de ellas están semi-abandonadas, devoradas por una vegetación que no ha conocido el brazón tiránico de un jardinero desde hace años.
La mía ya tiene sus pretensiones, consciencia: en aquella época que las cosas iban progresando, consideración por la luz, por una cierta comodidad, pero sin llegar a los vulgares extremos del funcionalismo. Tiene sus dos entradas, con sus correspondientes jardines; por detrás tiene dos pisos, por delante tres (en el tercero vive un joven matrimonio, el dentista —tienen su entrada aparte por el jardín de detrás). Yo entro por delante sonando, si quiero, la campanilla (tengo llave). Atravieso el pequeño jardín hasta llegar a una puerta de cristal —cristales multicolores que reproducen un Mondrian en el suelo.
Al entrar se encuentra uno con un salón espacioso, o recibimiento, al fondo entrada a un comedor de servicio que pienso convertir en comedor no de servicio, a la izquierda la caldera y más a la izquierda cocina. Una puertecita da a un túnel que aquí llaman la fresquera y que para Carlos y Miguel serían unas magníficas catacumbas. Desde el recibimiento suben las escaleras a las habitaciones de arriba. Pequeño hall, puerta a la izquierda que da a un cuarto de dormir, balcón, vista panorámica. Volvemos al hall, puerta de cristal y se penetra en el formal sitting room; muebles de época, isabelinos, madera negra, brocado rojo, espejos y una copia de Los Borrachos, acompañada de inocentes paisajes. "



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