Matronas (fragmento)Yolanda Arroyo
Matronas (fragmento)

"El hombre recién ingresado al calabozo viene vestido de monje. Pienso en la posibilidad de que sea un fraile católico. También puede ser un sacerdote o un aspirante, de esos denominados seminaristas. Los blancos, a los aspirantes, le dicen por un nombre que ahora no recuerdo. Son tantas las palabras que no recuerdo ya. A veces me molesta darme cuenta que desconozco totalmente la frase para llamar a las jirafas. Cuando entro en el pánico de lo que he olvidado, inicio un recuento mental: pedirle a mi madre que me abrace, gritar por comida, convocar a las hermanas, bromear con los infantes. Esas frases las recuerdo perfectamente en mi idioma. Hay otras que llegan a mi mente en otras lenguas, dependiendo la cantidad de tiempo que haya pasado en algunas plantaciones rodeada de gente de otras castas. También recuerdo palabras en castellano: las nanas cantadas a los hijos de los amos, las recetas aprendidas en el puerto español, las especias del mercado, la confección de carnes, las oraciones de los santísimos cristianos. Además sé un poco de la lengua de los nativos, aquellos que los blancos llaman taínos y que escasean. Y si me concentro lo suficiente mientras purgo el castigo de los once días encerrada en esta cárcel, en medio de esta soledad, puedo recitar algo así como un himno entonado por los holandeses, un tipo de cántico en el que desprecian a la tierra denominada Francia.
Pero ahora ya no estoy sola. Han entrado a la mazmorra el capataz y el sereno, acompañados del hombre vestido con túnica. Una sola vez usé un atuendo de vestir igual a ése, mientras intentaba escapar con un grupo de mandingos. Los negros mandingos salieron del mar una tarde mientras me encontraba haciendo trabajos en la playa, camino al trapiche Segovia. Eran negros fugados que se habían lanzado de la embarcación antes de esta atracar en puerto. Nadie los había visto, o al menos, nadie aún los buscaba. Me cubrieron con una sotana mojada que les sobraba y me uní a ellos. Eran tres hombres y una mujer malnutridos y deshidratados. Los dirigí a robar alimentos y continué a su lado por voluntad propia, a pesar de que al quinto día los hombres se amancebaron conmigo sin yo consentirlo. La mujer miró hacia otro lado, temblorosa. Luego se acostaron con ella también. No soy de la casta de los mandingos, pero cierto tipo de lealtad me hizo no dejarles y fungí como traductora ya que varios no entendían el idioma de los amos. Aunque no soy ladina lo entiendo a la perfección. Lo entiendo pero lo guardo como secreto. "



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