El retrato de casada (fragmento)Maggie O'Farrell
El retrato de casada (fragmento)

"A los cuatro años, Lucrezia no juega con muñecas, como hicieron sus hermanas, ni se sienta a la mesa a comer ni participa en los entretenimientos de sus hermanos menores; prefiere pasar el tiempo sola, corriendo como una salvaje de punta a punta del adarve o arrodillada en la ventana desde la que contempla la ciudad y las montañas del fondo durante horas. A los seis, se revuelve, no para quieta cuando tendría que posar para el pintor como una niña buena, hasta que Eleonora pierde la paciencia y dice que no le harán el retrato y que vuelva a las habitaciones de los niños. A los ocho o nueve, se niega a ponerse calzado de cualquier clase, incluso cuando Sofia la abofetea por desobedecer. A los quince, a punto de contraer matrimonio, arma un gran alboroto por el vestido de bodas, que la propia Eleonora ha encargado: una bellísima combinación de seda azul y brocado de oro. Lucrezia entra intempestivamente en las habitaciones de su madre, sin llamar, gritando a pleno pulmón que no se lo va a poner, que no se lo pondrá, que le queda enorme. Eleonora, que está al scrittoio escribiendo a una de sus abadesas predilectas, procura contenerse y le dice con firmeza que se lo están arreglando y que lo sabe de sobra. Pero, como era de esperar, Lucrezia sobrepasa el límite. Enfurecida, pregunta por qué tiene que llevar el vestido que era para su hermana Maria, la que murió, que ya es bastante desgracia tener que emparejarse con su novio, que no quiere ponerse su vestido, además. Mientras Eleonora posa la pluma, se levanta del escritorio y cruza el arco para acercarse a su hija, piensa una vez más en el momento en que la concibió, en cómo miraba los mapas de tierras antiguas, fijándose en mares salvajes e ignotos, repletos de dragones y monstruos y barridos por unos vientos que podían desviar a los barcos de su rumbo y llevárselos muy lejos. "


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