Eloísa y Abelardo (fragmento)Régine Pernoud
Eloísa y Abelardo (fragmento)

"La dialéctica abarca, pues, poco más o menos el mismo campo que la lógica; enseña a utilizar ese instrumento que es, por excelencia, el del hombre: la razón, en la búsqueda
de la verdad; pero, en tanto que la lógica puede ser obra de un pensador solitario que salta de un razonamiento a otro para deducir una conclusión a la que le ha llevado su búsqueda individual, la dialéctica implica discusión, controversia, intercambio. Y es de esta forma como se persigue entonces, en todos los ámbitos, la búsqueda de la verdad: mediante la discusión, o disputa. Tal vez sea esto lo que diferencia el mundo de la enseñanza de entonces del nuestro: el hecho de que resulta inconcebible poder llegar a una verdad que previamente no haya sido «discutida»; de ahí la importancia de la dialéctica que enseña a plantear las premisas de una conversación, a anunciar correctamente los términos de una proposición, a establecer los elementos del pensamiento y del discurso, en fin, todo cuanto permite a la discusión ser fecunda.
Y es así como lo considera Pedro Abelardo; él «prefiere, entre todas las enseñanzas de la filosofía, la dialéctica y sus los comienzos de un estudiante dotado armas». Apasionado del saber y de los estudios, primero «recorrió diversas provincias», según su propia expresión, para ir a recoger las enseñanzas de los dialécticos famosos por todas partes donde se hallaban. Desde tierna edad prefirió, resueltamente, el hábito del clérigo a la cota de mallas del caballero. Como dice en su estilo totalmente nutrido de reminiscencias antiguas, «abandoné el campamento de Marte para postrarme a los pies de Minerva»; «cambié las armas de la guerra por las de la lógica y sacrifiqué los trofeos de las guerras a los conflictos de las disputas». No hay que ver, sin embargo, en él a un hijo de familia que se emancipa: está completamente de acuerdo con su padre, Berengario, al renunciar a su derecho de primogenitura y a su parte de la herencia. El señor de Le Pallet ha hecho cuanto ha podido para animarle a responder a una evidente vocación, pues Pedro, ya desde sus primeros estudios, ha revelado poseer un espíritu prodigiosamente dotado, y sus brillantes aptitudes correspondían a los gustos paternos: «mi padre, antes de ceñir la espada, había adquirido cierto conocimiento de las letras. Y, más tarde, fue tal su pasión por aprender que dispuso que todos sus hijos, antes de ejercitarse en las armas, se instruyeran en las letras, y así se hizo. A mí, su primogénito, cuidó de educarme con tanto esmero cuanto mayor era su predilección por mí». "



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