Las maravillas (fragmento)Elena Medel
Las maravillas (fragmento)

"Busca en sus bolsillos sin encontrar nada. Vacíos los del pantalón, también los del abrigo: ni siquiera un pañuelo de papel húmedo, arrugado. En la cartera apenas guarda un euro, otra moneda de veinte céntimos. Alicia no necesitará el dinero hasta el cambio de turno, pero le incomoda esa sensación de no tener apenas. Trabajo en la estación de tren, en una de las tiendas de chucherías y bocatas, la que está cerca de los aseos: así suele presentarse. En Atocha pagaría comisión en todos los cajeros, así que se baja en la parada de metro anterior para sacar en una oficina de su banco veinte euros que le brinden algo de tranquilidad. Con un único billete en el bolsillo, Alicia se fija en la glorieta casi vacía, en los pocos coches y los pocos peatones. Quedan minutos para que se aclare el cielo. Si se lo ofrecen, Alicia elige siempre trabajar por la tarde: le permite despertar sin hora, gastar la tarde en la tienda y regresar directa a casa. Nando se queja durante esas semanas, en el fondo casi todas; ella se excusa porque su compañera se lo pide: tiene dos niños y le viene mejor el otro turno. De esa forma libera las primeras horas del día y evita las tardes en el bar con los amigos de él –también los suyos, a base de rutina–, las tapas baratas, los bebés entre servilletas manchadas. Alicia pensaba que la maternidad ajena zanjaría la costumbre, pero ellas se ausentan hasta que los niños se duermen, a veces regresan si comprueban el sueño profundo, y a Nando le defrauda que ella intente saltarse el ritual. Al menos dame eso, le pide. «Eso» significa unas veces invertir sus tardes en el bar de abajo, otras viajar con él a la excursión cicloturista de esa temporada. Él pedalea, ella avanza con las otras mujeres en un coche, Alicia considera que la palabra «esposa» nunca vinculó de forma más exacta el sonido al significado: durante esos fines de semana le escuece la piel de las muñecas, como por el roce del metal. Por la noche, en el hostal –las sábanas bastísimas–, Nando se muerde los labios y le tapa la boca para evitar que el ruido les delate, y al acabar le pregunta por qué evita siempre estos viajes, si le sientan tan bien.
De modo que día tras noche tras día tras noche tras día: unos calcados a los otros, sin una sola mañana en la que Alicia se finja enferma y decida pasear por la ciudad, sin una noche en la que la pesadilla de siempre no ocurra en su cabeza. Sus jefes –ha conocido a varios, siempre chicos antes algo más mayores que ella, ahora unos años más jóvenes, con la camisa dentro del pantalón– admiran que se mantenga años en el mismo puesto; algunos le preguntan si no se aburre de cobrar packs para el viaje, y ella responde que se siente feliz –lo valoran de forma especial: les reconforta la alegría suya, la de la vendedora de chocolatinas, Patricia te llamabas o no era así, eh, chica– y que con eso le basta. Uno de ellos quiso saber si Alicia no tenía sueños: si yo te contara, y pensó en el hombre que renquea, su cuerpo muerto girando sobre sí, pero el jefe de ese momento supuso en su cabeza apartamentos de lujo en el centro de la ciudad, meses en playas de aguas transparentes. "



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