La piel del lobo (fragmento)Hans Lebert
La piel del lobo (fragmento)

"Al otro lado volvió a acogerlo el bosque, poniendo sus columnatas a disposición del caminante; a través de las hileras rectas de los troncos se podía ver muy lejos, hasta el corazón cada vez más oscuro y oscuro. Y de pronto su padre estaba entre los árboles; y no le pareció ni extraño ni terrible, pues el viejo seguía tal como el marinero lo guardaba desde siempre en la memoria.
Estaba un poco inclinado y ligeramente vuelto hacia un lado, como solía hacer muchas veces cuando cavilaba sobre el gran misterio de la creación (o tan sólo sobre las vasijas de barro). Él también parecía mirar hacia la lejanía, hacia el corazón cada vez más y más oscuro de un bosque, pero, eso sí, en dirección contraria: no miraba fuera de la vida, sino de vuelta a la vida. Sus ojos parecían querer indicar un punto a las espaldas del marinero, un punto lejano en las tinieblas del pasado, en el oscuro bosque de lo ya inamovible, en la oscuridad de cuanto ya ha ocurrido y ha sido olvidado hace tiempo o desde siempre ha estado encubierto: algo en esa tierra de la-branza negra y pesada donde germinaba la semilla del futuro.
[...]
Una pala gigantesca e invisible nos cogió como a un montón de estiércol y nos metió entre los muros y los cercados, de suerte que apenas podíamos respirar. Vimos la escolta en la puerta. Y también vimos una cosa que ya apenas guardaba similitud con un ser humano. Pero luego sólo vimos los sombreros de los cazadores y las gorras y los fusiles de los gendarmes. Se desplazaban en dirección a Kahldorf (al ritmo de una marcha inaudible), y nosotros tras ellos... como una cosa pastosa que fluye por un canal, a borbotones, levantando espuma y formando burbujas que estallan. Viejas cojitrancas con sus bastones; Siebert marchando con su prótesis: tip, tap; zotes que araban la nieve con sus pies; uno que le pisaba los talones a otro; y los perros que latían y gimoteaban alrededor de nuestras piernas porque les pisábamos las patas; y los niños que se ponían a berrear porque los empujábamos a los montones de nieve acumulados a izquierda y derecha. Pero algo no cuadraba, algo debía de haber cambiado, alguna cosa a nuestro alrededor o encima de nosotros, porque, de hecho, nosotros seguíamos siendo los de siempre. Pero por el momento no podíamos constatar nada, nada fuera de lo normal; sólo que teníamos la extraña sensación de estar atravesando un pueblo que ya no era el nuestro. "



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