El día que murió Kapuscinski (fragmento)Ramón Lobo
El día que murió Kapuscinski (fragmento)

"Fuera del cuchitril de la única autoridad civil visible del antiguo Estado, media docena de soldados etíopes sin casco se resguardaban de la solana sentados bajo un árbol. Alguno daba cabezadas pese a tener la bocacha del fusil entre las manos. Pertenecían a las unidades de élite que habían invadido Somalia en diciembre, una operación orquestada desde Washington. El objetivo era desalojar del poder a la Unión de Cortes Islámicas, que lo habían conquistado seis meses antes. Otros soldados etíopes mejor pertrechados vigilaban la pista de aterrizaje y el perímetro de unas instalaciones que a menudo eran bombardeadas por Al Shabab, el brazo militar de las disueltas Cortes Islámicas, que se mantenía activo en el sur.
Esas Cortes fueron el primer intento de Estado desde 1991. Desaparecida la línea verde que dividía Mogadiscio, sus habitantes pudieron pasear, ir a la playa, pescar.
Florecieron los mercados y los negocios. No fue el extremismo religioso, las amputaciones y lapidaciones, lo que sublevó a gran parte de la ciudad contra los islamistas, sino la prohibición de ver televisión en vísperas del Mundial de Alemania.
Al lado de lo que debió de ser una terminal aérea estaban aparcados cuatro todoterrenos de quinta mano. Los conductores los habían resguardado detrás de un murete de hormigón que servía de parapeto. El jefe del convoy se llamaba Jamal, un joven alto y delgado recomendado por Médicos Sin Fronteras. Los catorce hombres armados que esperaban junto a los vehículos representaban la única póliza en vigor en Mogadiscio. Ninguno de ellos sobrepasaba los veinte años. El precio era innegociable: ciento cincuenta dólares diarios más gasolina, y un bonus extra de veinte dólares por cabeza si nadie resultaba herido o muerto y el material regresaba intacto.
—Mientras firme un recibo, perfecto —respondió Mayo pensando en Cabeza Rapada, su jefe de Recursos Humanos.
La carretera que unía el aeropuerto y la ciudad parecía la escombrera de todas las guerras. Volvieron la presión agobiante en el pecho y la certidumbre de la muerte. Se giró hacia su amigo en busca de ayuda:
—Todo va a ir de puta madre —dijo Tobias guiñándole un ojo. "



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