El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (fragmento)Tatiana Tibuleac
El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (fragmento)

"Un día fui a visitar a Ra, seguía allí, enseñando a los niños a remar. La playa bullía de abuelitas en colores pastel, como si no se hubieran movido desde el verano pasado. Comí algodón de azúcar y me pareció empalagoso.
Un fin de semana fui al Océano. Esta vez nadie me tocó la bocina en la carretera porque alquilé, por fin, un Audi negro como el que había deseado el verano anterior. Llegué por la tarde y la playa estaba cerrada por culpa de las olas demasiado grandes. Debajo de una roca, envuelto en un plástico, como un paquete, yacía un delfín muerto. Los socorristas lo habían sacado del agua después de que las hélices de un barco lo cortaran por la mitad. Quise averiguar más detalles, pero el hombre que lo vigilaba no era demasiado hablador. El delfín yacía brillante y sonriente, con los ojos abiertos de par en par. Curiosas criaturas estos delfines, sonríen siempre, incluso muertos. Recordé a mi madre envuelta en conchas en la orilla y volví a casa.
Me sentía bien, incluso muy bien, aunque no tomaba pastillas de ninguna clase. Estuve varias veces tentado a buscar unos pentágonos como los de mi madre, pero renuncié. Sin embargo, me arranqué yo solo el alambre de los dientes con un destornillador. Seguía siendo virgen, como el último idiota del mundo.
No me interesaba nada ni nadie, no pensaba en el futuro ni en el presente. Vivía del pasado así como los pobres viven del pan seco. Pensaba que tendría que buscar trabajo en el pueblo en algún momento, pero no sabía muy bien qué podría hacer.
Iba a visitar a mi madre al cementerio una vez a la semana, no a cambiarle las flores o a llorar. Ni siquiera iba para hablar con ella. Simplemente pasaba por allí como cuando pasas junto a la casa de un conocido y te preguntas: «Aquí vive Jim, ¿estará en casa?». Mi madre estaba siempre en casa porque su tumba estaba siempre cubierta de hierba.
Intentaba comprender por qué había sucedido todo y cómo había sucedido. Me preguntaba si ese verano que había pasado junto a mi madre formaba parte de un plan superior, si era así, ¿el de quién? Me costaba creer que fuera un plan de Dios —es decir, del Dios polaco, porque otro no conocía—, el mismo que había perdido a Mika como un par de guantes, que había cegado a mi abuela y que, de todas las variedades que tenía, le había concedido a mi madre un cáncer rabioso. Sin embargo, creo que fue de otro lugar nuestro verano. Tal vez de ese planeta nuevo del que hablaba mi madre, o tal vez de Wiosna.
En la segunda quincena de agosto empecé a recolectar las ciruelas. Eran muchas y carnosas, como le gustaban a mi madre. La casa tenía postigos verdes de nuevo y, en el lugar del manzano seco que yo había talado, crecía un árbol joven.
Moira vino y se quedó, como una respuesta a todas mis preguntas. "



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