La escuela del amor (fragmento)Hermann Bahr
La escuela del amor (fragmento)

"Pero entonces, justo en el momento más propicio, ella se esfumó descendiendo las escaleras de un solo salto, dejando tras de sí un alboroto de sillas caídas y ropa desparramada por el suelo. Como un pájaro que dejara el nido, como una estrella que se liberara de su polvo de estrellas. Y desapareció, quedando sólo en el ambiente el eco de su risa como si se tratara de una melodía, abandonando la casa en una frenética huida. Era consciente de que se había comportado de una manera traviesa con él, ¡pero al fin y al cabo era su amante! Se preguntó por qué el no había bailado, quizás se sintiera culpable y esa fuera una de sus peculiaridades; no obstante, no permitió que aquella nimiedad arruinara la velada, ya que nada podía ser más alegre que un vals, así que dio un brinco con su desformada nariz mientras el hombre que olía a yodoformo tocaba. Él, en cambio, se enojó tanto que rompió en pedazos la botella de cognac. La liberó con violencia del brazo de su compañero danzante, haciendo que éste se tambaleara. ¡Si al menos él hubiera sido capaz de pronunciar siquiera una sola sílaba! Pero simplemente todos en la sala se quedaron perplejos, mirando alrededor como cobardes. Y tal divina misericordia conmueve profundamente al género femenino. Empalideció y se mordió el labio inferior para no gritar mientras él la arrastraba y contenía las lágrimas de tanto daño que sentía. Él no la soltó siquiera un instante durante todo el camino de vuelta sino que la arrastró como si se tratara de un ternero poco dócil. Ella no se atrevió a decir palabra alguna ni a dar rienda suelta a sus lágrimas. Sentía mucho temor y al mismo tiempo amaba con locura su fortaleza. Cuando llegaron a la casa, él se sentía totalmente extenuado y sólo fue capaz de clamar ¡Perra malnacida! Ella le preguntó si podía humillarlo de nuevo y se burló de él diciendo "quizás seas capaz de encontrar alguna otra más adecuada" y él, por toda respuesta, la golpeó en el rostro con el puño cerrado mientras ella, indefensa, sólo pudo escupirle. Con su ropa hecha jirones, ella se inclinó una y otra vez asiendo el látigo de adiestramiento canino. Él anhelaba devastar y arrasar su vestido hasta sentirse liberado. Estaba subyugado por aquel deseo irrefrenable. Sólo sangre, sangre. Fue entonces cuando su ánimo se fue apaciguando mientras fluía todo aquel ardor. Luego la obligó a hacer el amor y la castigó con ardientes besos mientras ella se debatía, salivaba y se desnudaba, hasta que ambos perdieron el sentido, como si estuvieran muertos. Afuera, sobre el tejado, su gato, que había logrado escapar, se deslizaba bajo el pacífico y majestuoso cielo. "


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