Gutenberg-Schalun (fragmento)Hermine Rheinberger
Gutenberg-Schalun (fragmento)

"Isegrim logró darle caza al ciervo, la gamuza, el lince, el lobo y la marmota y zaherir al buitre en sus osados vuelos. Una vez renovado en sus bríos mientras se disponía a descender hacia la cima de la montaña, se relajó por un instante en un burbujeante manantial. Sintiéndose cansado, decidió descansar en el bucólico pasto, en medio de un desfiladero circuncidado por escarpadas laderas alpinas. Un chorro de agua caía libremente desde la empinada cúspide, precipitándose en forma de espumosas olas. Pudo, en la distancia, entrever un desarraigado abeto al otro lado del arroyo que servía de puente, con sus enhiestas ramas colgando al arbitrio de la clara riada que anegaba aquellos lares. El sol, tímidamente, traslució un resplandor en aquella sombría quebrada mientras refulgía la cristalina agua del promontorio.
Entonces un hombre, de fluida y nívea barba, cruzó el puente, ataviado con un manto sobre sus hombros, portando un arpa y usando, al unísono, un palo como punto de apoyo. Al ver al caballero, se sobresaltó ante lo inesperado de aquel encuentro en un sendero tan solitario del bosque.
[...]
Luego llegaron los arduos días del otoño, mientras los rayos del sol acariciaban la argamasa de la casita de la montaña y la niebla se debatía como un agitado mar sobre el valle. En medio del nebuloso océano, los poderosos picos del promontorio brillaban por doquier sumergiéndose en aquel inmaculado esplendor bajo el profundo azul de la bóveda celeste. De nuevo se presentó un pretendiente, y le pidió a la doncella que se convirtiera en su esposa. Ella respondió con orgullo herido: Mi corazón se asemeja a los carámbanos suspendidos en la parte inferior de sus fuentes y en los frontones del techo. La escarcha y el frío se enseñorean del valle y las oscuras olas de la niebla envuelven todas las casas. No puedo decidirme a unirme a ti. No te decidas aún, respondió el pretendiente. Puedo seguirte hasta Nebelgau. Ella, desafiante y engreída, concluyó: ¡Llegas muy tarde, porque soy la novia del viento!
Transcurrieron varias semanas, los breves días y las efímeras noches se sucedían en medio de un halo de eternidad. La sirvienta estaba sentada ante el telar junto a la lámpara de pino, sus ágiles dedos se disponían a enhebrar el bosquejo de un diminuto y trepidante barco. El tejido adquiría forma mientras, afuera, se escuchaban aullidos procedentes del bosque. El viento de la tormenta se volvió cada vez más violento, presa de una rabia desconocida y, de súbito, sacudió los cimientos del lar forestal, y, en medio de un estruendoso golpe, una voz gritó: Doncella orgullosa, ábreme, soy Odín, el dios del viento. Te consagraste a mí y ahora te llevaré conmigo, mi encantadora novia. "



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