El arte de perder (fragmento)Alice Zeniter
El arte de perder (fragmento)

"Tras hurgar en su memoria con paciencia y tesón, Naïma consigue desenterrar algunas imágenes sueltas: el vestido blanco y rosa de Fatiha, de un tejido sintético brillante; el guirigay durante el vino de honor en el jardín de la sala de fiestas; el retrato del presidente Mitterrand en el ayuntamiento (“Está demasiado viejo para ser presidente”, recuerda que pensó); la letra de la canción de Michel Delpech sobre Loir y Cher; el rostro ruborizado de su madre (Clarisse se pone colorada hasta las orejas, cosa que siempre les ha hecho gracia a sus hijos); el de su padre, dolorosamente crispado, y, por fin, las palabras de Mohamed, al que vuelve a ver tambaleándose entre los invitados en plena tarde, con un atuendo beige que lo envejece:
“¿Qué creéis que hacen vuestras hijas en las grandes ciudades? Dicen que van allí a estudiar, pero miradlas: llevan pantalones, fuman, beben, se comportan como putas. Han olvidado de dónde vienen.”
Lleva años sin ver a su tío en una comida familiar, pero nunca había relacionado su ausencia con la escena que acaba de volver a su memoria: simplemente pensaba que Mohamed había iniciado por fin su vida de adulto. Figura eternamente adolescente, con sus gorras, sus chaquetas de chándal fosforito y su apático desempleo, había tardado mucho en irse de casa: la muerte de Ali, su padre, le había dado un excelente motivo para no marcharse. Su madre y sus hermanas lo llamaban por la primera sílaba de su nombre, alargándola hasta el infinito cuando le gritaban de una punta a otra del piso o desde la ventana de la cocina, si estaba holgazaneando en un banco del parque infantil. "



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