Geografía de la lengua (fragmento)Andrea Jeftanovic
Geografía de la lengua (fragmento)

"Digas lo que digas, tu viaje se torció cuando me viste, y capté el momento preciso en que yo te recordé a otra persona, de otro tiempo, y en un remoto lugar. ¿Somos el recuerdo de alguien que hemos olvidado? Avanzabas dibujando con tu andar pausado una curva o una elipse sobre las baldosas, y no una curva o una elipse para alejarte de mí, sino una curva para rodearme. De lo contrario nunca nos habríamos encontrado, porque tú te ibas a apartar como quien se desplaza de un punto a otro, como quien espera un vuelo de conexión y pasa por el aeropuerto de una ciudad que pisa, pero no conoce, ¿o tú dirías que conociste Dallas? Yo no habría podido alcanzarte. Tú no te has desviado porque toda línea curva existe con respecto a un plano, y nosotros nos movemos según dos planos distintos, y porque a fin de cuentas solo existe el hecho de que tú me has mirado y que yo he interceptado esa mirada. En un principio esa línea era relativa y compleja, ni curva ni recta sino un punto que se resumió en un beso en la boca.
Me quedé un minuto o dos sin decir nada. Intercambiamos datos y coordenadas y partimos rumbo a nuestros casi opuestos destinos. No me abrazó, me tomó las manos por unos segundos. Levantó su maleta y yo me encogí de hombros. Sí, a Alex lo tengo en la punta, de rehén en mi paladar. Prisionera su palabra en la cuenca de mi boca, su idioma invade mi garganta, tensa las cuerdas vocales.
Alex me espera todas las noches, todas mis tardes, al otro lado de la pantalla. Así, entre líneas, sorteamos la distancia y la espera. Cada uno escribe en su idioma, mezclamos términos, desarrollamos una lengua artificial y artificiosa. Hoy me despierto trasladándome a cualquier lugar por esta máquina que dispara mensajes, recados, conversaciones. Creo dominar esta máquina, que me lleva a donde él está, pero es un artilugio. Hacemos estallar la letra en el monitor blanco y titilante del computador.
A veces escribe mensajes en su lengua, extensos, articulados. Yo consulto el diccionario. Otras veces son en español, breves y fragmentados. Alex escribe prolijamente, sin faltas de ortografía, con imágenes. Dice: “extraño lo que no hicimos”. Insiste: “guardo la fantasía de juntarnos en alguna parte, aunque parece poco factible”. Repite: “extraño lo que no hicimos; todo es un círculo, eventualmente vamos a coincidir”. Declara: “no puedo evitar el gesto de acariciar tu rostro en el monitor, en este reverso ficticio”.

Guardo silencio, estoy esperándote al otro lado de la pantalla, es mi turno. Escribo: Alex, estoy al Sur. Te escribo y las palabras no logran fijarse en el cielo. En cambio, tú que escribes desde el Norte dejas caer tus palabras con velocidad. Escribo y las ideas se fugan de mi cabeza. Hablo en la primera, en la segunda lengua. Tecleo al ritmo de desordenados pensamientos. Apoyo suavemente la yema de los dedos sobre el teclado. Desde aquí te pienso y te escribo sentado frente al computador, un ojo sin párpado que transmite emociones, noticias, hechos. El zumbido del computador atraviesa las veinticuatro horas del día de un tiempo con dos relojes. Te dejo recados, calculo horas, sigo el panorama climático. Pero hoy me fijé. Allí estaba yo, allí estabas tú, estábamos los dos, juntos, sosteniendo una línea tenue en la red, transversal como un meridiano. La línea más delgada que dibuja esta ficticia mesa de encuentro. Una ventana que se minimiza, se superpone y se despliega en un juego caleidoscópico: una ventana dentro de otra, una sobre otra. "



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