Mi nombre era Eileen (fragmento) "De haberme visto entonces, probablemente me habríais tomado por una de esas chicas que se ven en un autobús cualquiera de una ciudad cualquiera, una de esas chicas que leen un libro de la biblioteca encuadernado en tela sobre plantas o geografía, que quizá se cubren el pelo castaño claro con una redecilla. Podríais haberme tomado por una estudiante de enfermería o una mecanógrafa, quizá os habríais fijado en mis manos nerviosas, en mi pie que no deja de golpear el suelo, en que me muerdo el labio. No parecía nada especial. A mí me resulta fácil imaginarme a esa chica, una versión extraña, joven e insignificante de mí misma, con un bolso de cuero anónimo, que come una bolsita de cacahuetes y hace girar cada uno entre sus dedos enguantados, hunde las mejillas y mira ansiosa por la ventanilla. El sol matinal iluminaba la fina pelusa de mi cara, que intentaba cubrir con maquillaje, un tono demasiado rosa para mi tez pálida. Yo era delgada, tenía una figura irregular, todo eran huesos, me movía insegura, mi postura era rígida. Cicatrices de acné blandas como baches recorrían la geografía de mi cara y desdibujaban cualquier dicha o locura que pudiera encontrarse bajo ese frío y cadavérico exterior de Nueva Inglaterra. De haber llevado gafas, podría haber pasado por inteligente, pero me faltaba paciencia para ser inteligente de verdad. Quizá habríais imaginado que era de las que disfrutan de la calma de las habitaciones cerradas, que ese silencio apagado me consolaba, que mi mirada recorría lentamente el papel, las paredes, las gruesas cortinas, que mis pensamientos no se apartaban de cuanto identificaban mis ojos: libro, escritorio, árbol, persona. Pero yo deploraba el silencio. Deploraba la calma. Detestaba casi todo. Constantemente me sentía infeliz y furiosa. Intentaba controlarme, pero eso solo me hacía sentir más incómoda, más infeliz, más furiosa. Yo era como Juana de Arco, o Hamlet, pero nacida en una vida equivocada: la vida de una don nadie, una marginada, alguien invisible. No hay mejor manera de decirlo: en aquella época no era yo misma. Era otra persona. Era Eileen. Y en esa época —eso fue hace cincuenta años— era una mojigata. Eso saltaba a la vista. Llevaba faldas de algodón basto por debajo de la rodilla, medias gruesas. Siempre me abrochaba las chaquetas y las blusas hasta el último botón. No era de esas chicas que te hacen volver la cabeza. Pero tampoco había nada malo ni terrible en mi aspecto. Yo era joven y no estaba mal, del montón, supongo. Aunque por entonces yo me consideraba de lo peor: fea, desagradable, incapaz de enfrentarme al mundo. En esa tesitura, parecía ridículo querer llamar la atención. Casi nunca llevaba joyas, jamás perfume, y no me pintaba las uñas. Durante una temporada lucí un anillo con un pequeño rubí que había pertenecido a mi madre. " epdlp.com |