Voroshilovgrado (fragmento) "El teléfono sólo sirve para comunicar todo tipo de desgracias. La voz suena a través del auricular distante y neutral; su neutralidad facilita la comunicación de malas noticias. Sé muy bien de lo que estoy hablando. Llevo toda mi vida peleándome con aparatos telefónicos, aunque sin mucho éxito. Los operadores de todo el mundo siguen espiando conversaciones telefónicas mientras anotan las palabras y frases más comprometidas; al mismo tiempo, sobre las mesillas de noche de las habitaciones de hotel sigue habiendo Biblias y guías telefónicas: objetos, todos ellos, imprescindibles para no perder la fe. Yo dormía sin quitarme la ropa. Vestido con unos vaqueros y una camiseta holgada. Cuando me despertaba, deambulaba por la habitación, tropezaba con botellas de refresco vacías, vasos, latas y ceniceros, platos sucios de salsa, calzado; descalzo y malhumorado, pisaba manzanas, pistachos y dátiles pringosos parecidos a cucarachas. Cuando uno alquila un piso amueblado, intenta cuidar las cosas. Igual que un traficante, almacenaba en casa un montón de porquería, guardando bajo el sofá discos de vinilo y palos de hockey, ropa de mujer que alguien había dejado olvidada y señales de tráfico metálicas de grandes dimensiones que había encontrado en alguna parte. Era incapaz de deshacerme de alguna de aquellas cosas, puesto que no tenía claro cuáles eran de mi propiedad. Sin embargo, desde el primer día, desde el momento en que fui a parar a aquel apartamento, el teléfono estaba en el suelo, en medio de la habitación. Su voz y su silencio me irritaban. Antes de acostarme, lo cubría con una caja grande de cartón. Por la mañana, retiraba la caja y la sacaba al balcón. Mientras, el aparato diabólico seguía en medio de la habitación, su sonido discordante y exasperante siempre dispuesto a avisarme de que alguien necesitaba contactar conmigo. Ahora alguien me estaba llamando de nuevo. Eran las cinco de la madrugada de un jueves. Salí de debajo de las sábanas, di un puntapié a la caja de cartón, cogí el teléfono y salí al balcón. La calle estaba silenciosa y desierta. Por la puerta lateral de la oficina bancaria de la esquina, salió un guardia de seguridad para fumarse un cigarrillo. Una llamada telefónica a las cinco de la madrugada no presagia nada bueno. Conteniendo mi irritación, descolgué el auricular. Así fue como empezó todo. –Colega. –Reconocí inmediatamente la voz de fumador de Kocha. Parecía que, en lugar de pulmones, tuviera un par de altavoces viejos y hechos polvo. " epdlp.com |