De nuestros hermanos heridos (fragmento) "El barranco de la Mujer Salvaje. ¿Conoces la leyenda?, pregunta Jacqueline. Creo que no. Si la conocía, la he olvidado... Fue algo que sucedió el siglo pasado, lo que ha llovido desde entonces, dicen que una mujer perdió a sus dos hijos en el bosque de allá arriba, los perdió después de comer, después de hacer un picnic, en primavera, con el mantelito en la hierba, ya te imaginas la postal, y los dos pobres críos desaparecieron en el barranco, nadie pudo dar con ellos, y la madre se volvió loca de atar, no quiso rendirse y se pasó el resto de su vida buscándolos, la llamaban la mujer salvaje porque parece que dejó de hablar, que solo era capaz de soltar unos chillidos de animal herido, y un buen día encontraron su cuerpo en algún lugar, ahí donde me esperabas, quizá, a saber... Fernand sonríe. Extraña historia, sí. Ella aparca. Bájate aquí, mejor que no vean el coche cerca de la planta. Buena suerte. Fernand se apea del coche y se despide con un gesto de la mano. Jacqueline se lo devuelve y pisa el acelerador. Fernand se echa al hombro la bolsa de deporte. Es de un verde pálido, con una banda más clara donde lleva el cierre de cordones. Se la ha prestado un amigo, con ella va a jugar al baloncesto los domingos. Entrar con total naturalidad. Ser anodino, perfectamente anodino. Hace ya unos días que lleva la bolsa al trabajo para que el ojo de los vigilantes se habitúe a ella. Piensa en otra cosa. La mujer salvaje del barranco, qué historia más extraña. Ahí está Mom, con su nariz pesada y firme sobre el bigote. ¿Cómo ha ido ese paseíto? Bien, necesitaba estirar un poco las piernas, esta mañana me he deslomado en el tajo. Qué va, la lluvia ni la noto, Mom, esto no es más que sirimiri, cuatro chispas que pararán en un momento, te lo digo yo... Sirimiri, sirimiri, qué bien se le da el habla popular. Mom le da una palmadita en el hombro. Fernand piensa en la bomba que lleva en la bolsa, la bomba y su tictac. Las dos, hora de volver a las máquinas. Ya voy, dejo la bolsa y estoy contigo, Mom, sí, hasta ahora. Fernand recorre el patio con la mirada, poniendo cuidado en no volver la cabeza. Perfectamente anodino. Ningún gesto brusco. Camina despacio hacia el local en desuso que descubrió hace tres semanas. El gasómetro de la planta era inaccesible; tres garitas y alambradas. Peor que un banco en pleno centro o un palacio presidencial (y eso sin contar que antes de entrar hay que desvestirse de pies a cabeza, o casi). Imposible, vamos. Y muy peligroso, demasiado, como le dijo al camarada Hachelaf. Que no haya muertos, sobre todo que no haya muertos. Mejor ese pequeño local abandonado, por donde nunca pasa nadie. Matahar, el viejo obrero con cara de papel arrugado, color mostaza, le dio la llave sin dudarlo. Es solo para echar una cabezadita, Matahar, mañana te la devuelvo, no les digas nada a los demás, ¿vale? " epdlp.com |