The Advance (fragmento) "—No es bueno —dijo la niña, haciendo una mueca—. Sí, Françoise. Mira. Carmen se tragó un gajo de mandarina y cerró los ojos. La niña la miró impasible. —Cómelo todo. Como un sacerdote que ofrece la hostia, Carmen le ofreció el cuarto de naranja. La niña apartó la cabeza con altivez. Ya eran las siete. Carmen estaba ansiosa por terminar su trabajo, sobre todo porque todavía no le había pedido aquello a la señora... Habló con más dureza y se mostró severa. —Si no comes, Françoise, se lo diré a tu madre. Pero la niña no se apiadó. La señora de la casa estaba en la sala de estar, junto con su marido, entreteniendo a unos amigos a los que habían invitado a jugar al bridge. Ya le había advertido varias veces a Carmen que no la molestara cuando estuviera, como ella decía, "con compañía". ¿Se atrevería Carmen a interrumpir de todos modos al alegre grupo? No temía que le gritaran. La gente alza la voz sobre todo para aliviar sus propias tensiones. Y como, según el vigilante Fernando, el marido de la señora la pegaba, ella se vengaba con los sirvientes. ¿Por qué guardar rencor? Era mucho mejor aceptarlo filosóficamente. Pero que la reprendieran delante de otros, de desconocidos, era peor que recibir una bofetada. Así que Carmen prefería esperar. Además, la señora tenía la molesta costumbre de hablar a su hija como si fuera una adulta. "Françoise, cariño, ¿qué has comido?" Y la pequeña Françoise, mientras recitaba para su madre, se deleitaba en explicarle que no había comido postre porque las mandarinas que Carmen quería darle estaban podridas. Y la señora reprendía a Carmen por no haberle dicho nada. Sobre todo, porque ya le había explicado que sin postre la niña podría no tener una comida equilibrada, etcétera. Carmen solía escucharlo todo, con seriedad. En su pueblo, y también en Makélékélé, lo importante era que el niño tuviera la barriga llena y no pasara hambre. Si además había que preocuparse por una alimentación equilibrada, nunca se acabaría. Además, Carmen no debía olvidarse de pedirle a su señora... Solo había una solución. Hacer lo que había hecho su propia madre para que comiera. Con una mano le abrió la boca a la niña y con la otra le metió la fruta. Como era de esperar, Françoise aulló. Lloró y se atragantó de rabia. Desde el pasillo se oyeron ruidos como de martillo en el suelo de baldosas: los pasos de la señora que venía corriendo. Carmen había ganado. "¿Qué pasa aquí?" "No quiere comer, señora". "Oh, no la obligues, pobrecita. Tráele unas uvas del frigorífico. Le gustan las uvas". La señora cogió la cabeza de la niña entre las manos y la besó varias veces. Carmen fue a buscar el postre al estilo europeo. Al regresar, se cruzó con Madam en el pasillo y casi le habló del tema que tenía en mente. Pero no parecía el momento adecuado. Françoise comió las uvas con gusto. Debían estar buenas porque en lugar de mostrarse locuaz como siempre, se mantuvo tranquila y callada mientras comía la fruta. Un día Carmen tendría que robar algunas y ver a qué sabían. " epdlp.com |