Breve crónica de una mañana en Jerusalén (fragmento) "El suceso más punzante del que fui testigo fue el de un joven palestino, arrastrado casi al borde de la asfixia por obra del gas lacrimógeno que acababan de rociarle en la cara. Su estado físico era desolador y al poco tiempo llegó una ambulancia que lo conectó a una máscara de oxígeno gracias a la cual volvió poco a poco a respirar, pero sin calmar el ardor en su cara. Lo interesante para el sociólogo es lo sucedido después de que se llevaran al árabe, cuando los policías comenzaron a relatarse sus proezas. Se trataba de una pelea callejera entre dos conductores por un lugar de estacionamiento. Un patrullero que de casualidad pasaba por el lugar se detuvo a "poner orden", uno de los policías desenfundó el aerosol de gas lacrimógeno y, a pesar de que la discusión se había calmado, cuando ya no había motive alguno para usarlo, el policía decidió rociarle en la cara porque "lo tenía en la mano". O sea, una vez que tenía el aerosol en la mano, no quiso devolverlo al cinturón sin usarlo, más aún tratándose de un nuevo tipo de "gas mostaza", nunca utilizado previamente. Todo esto lo narraba en medio de exclamaciones de aprobación de sus colegas policías, que festejaban descaradamente su coraje. En otras palabras, el policía hizo uso de la capacidad de violencia conferida por el Estado a sus fuerzas de seguridad, por dos motivos básicos: se trataba de un palestino, y el gas ya estaba en sus manos. O sea, que para ejercer violencia contra palestinos, no se necesita motivo alguno, basta un pretexto menor y un arma a su alcance. Para sus colegas, se trataba de una demostración de machismo, de un acto digno de admiración: nadie adujo que se trataba de un acto gratuito o que el uso del gas en aquella situación había sido ilegal. Para ellos se trataba de aplicar una norma cotidiana, la de hacer daño al palestino cuando se presenta la oportunidad, con o sin razón: ¡para eso son palestinos y ellos policías! El segundo suceso, más pacífico que el primero, pero no menos significativo, ocurrió cuando el oficial encargado de interrogatorios se dirigió a gritos, acusándome de haber provocado la pelea por la cual estaba retenido. Para mi sorpresa, aquel oficial, después de haber leído la declaración del colono, me acusó de haber transgredido la ley por "ensuciar la imagen de Israel ante visitantes extranjeros", acusación que no me sorprendió conociendo el peligro de la policía, aunque me llamó la atención su efusividad y la forma extrovertida con la que este oficial de policía daba muestras de lealtad al país. La sorpresa duró hasta que mis ojos enfocaron la chapa con su nombre grabado en su pulcro uniforme, y pude leer que se trataba de un oficial druzo, o sea perteneciente a un sub-grupo étnico de descendencia árabe. Es decir, de esos que necesitan declarar a gritos su lealtad a Israel y ser mucho más crueles con los palestinos para demostrarles a sus colegas judíos que son tan o más sionistas que ellos o "más papistas que el papa". Todo el complejo de inferioridad de estos policías druzos salió a flote en este aluvión de gritos, que nada tenía que ver con lo ocurrido en el asentamiento, sino con su obsesión de exteriorizar a gritos su lealtad a la “patria”. No me hubieran molestado sus problemas de identidad, ni siquiera esos gritos desmedidos, sino se hubiera tratado de la bien conocida violencia que los policías druzos ejercen tanto contra los palestinos como los izquierdistas, propia de la mentalidad de subalternos, que construyen su identidad reprimiendo a golpes a todo aquel que critica la ocupación. " epdlp.com |