Mis días con los Kopp (fragmento) "Me miró sin vergüenza, sus ojos abiertos, su boca amiga dudando entre reír o no. Fui yo la primera en reír. A mí me gustaba aquel modo de encapsular ideas en versos, en lugar de en razonadas y largas explicaciones. De meter la pata, a veces. De no decir siempre lo correcto, lo moral, sino lo inmediato: lo sentido sin censura. Yo compartía su alegría impúdica con él. Con él siempre me divertía, y por eso lo había acompañado a la entrega de no sé qué distinción académica que le daban a Andrew Kopp en España. A menudo me preguntaba si lo acompañaría a tal o cual ceremonia, obra de teatro, entrega de algo, aunque el evento fuese de dudoso interés. Siempre se encontraba allí con amigos, pero, tras someternos al baile social de saludos inesperados y miradas afectuosas, terminábamos él y yo solos, sentados en alguna esquina, evitando los grupos que se formaban y regeneraban a medida que avanzaba la velada. Sé que a veces me utilizaba para no acabar en un círculo de «colegas»; que incluso le gustaba que me confundieran con su jovencísima pareja, cuando mi cuerpo empezó a desplegarse; pero tengo la certeza de que nada de lo inusual o extraño importa, tengo yo el poder de excusarlo, divertirme por doble partida al recordarlo. Pese a todo lo que vino luego –cuando la enfermedad agravó lo extraño, lo inusual de mi vida con él–, siempre supe que mi padre me quería como quiere un océano, no un mar, oleadas sin orilla; que a él le gustaba yo tanto como a mí él; que sus modos torpes, y más tarde enfermos, no borraban, no invalidaban lo puro de nuestra amistad. A un amigo se le perdona que no te enseñe a nadar, si él es barco. Barco hundido, que ríe incluso con la boca llena de agua. " epdlp.com |