Inventario (fragmento) "Una mujer. Una líder religiosa que arrastraba tras de sí a una congregación de cincuenta personas, todas vestidas de blanco. Los hice esperar tres días en el lindero de la finca. Tras examinarles los ojos, los dejé quedarse. Acamparon todos alrededor de la casa: en el césped, en la playa. Iban bien equipados y solo necesitaban un sitio para recostar la cabeza, según dijo la líder, vestida con una túnica que le daba aspecto de maga. Cayó la noche. Ella y yo dimos la vuelta al campamento con los pies descalzos; el resplandor de la hoguera trazaba sombras en su rostro. Caminamos hasta la orilla del agua y señalé hacia la oscuridad, hacia la isla minúscula que ella no podía ver. Deslizó su mano en la mía. Le preparé una copa – «whisky de maíz, más o menos», dije tendiéndole la coctelera– y nos sentamos a la mesa. Fuera se oían risas, música, niños que jugueteaban en la orilla. La mujer parecía agotada. Advertí que era más joven de lo que aparentaba, pero aquel trabajo le echaba años encima. Le dio un sorbo a la copa; su sabor le arrancó una mueca. «Llevamos muchísimo tiempo andando», dijo. «Nos detuvimos un tiempo cerca de Pensilvania, pero el virus nos alcanzó cuando nos cruzamos con otro grupo. Se llevó a doce antes de que pudiésemos poner distancia.» Nos besamos larga y profundamente; me latía el corazón en el coño. La mujer sabía a humo y miel. El grupo se quedó cuatro días, hasta que ella despertó de un sueño diciendo que había tenido una visión y que debían seguir su camino. Me pidió que los acompañase. Intenté imaginarme con ella, con su congregación siguiéndonos como niños. Decliné la propuesta. Me dejó un regalo en la almohada: un conejillo de peltre del tamaño de mi pulgar. " epdlp.com |