La cartera (fragmento) "Unas horas más tarde, en la dulce calma que seguía a la comida dominical y con la luz de la tarde filtrándose por las cortinas corridas, Antonio estaba en su butaca con las piernas cruzadas y las manos entrelazadas en el regazo, contemplando el suelo con mirada absorta. De la cocina llegaba el tintineo de la vajilla y el gorgoteo del agua mientras Agata aclaraba los platos enjabonados. Se mostraba insólitamente taciturna y, aun así, resoplaba sin parar. Lorenza estaba descansando en su cuarto. —Ya he acabado, por fin —anunció Agata, apareciendo en la sala de estar con aspecto exhausto—. Voy a echarme yo también. Antonio se despabiló y levantó los ojos hacia su mujer. —Claro, ve. Debes de estar cansada… —Bueno, sí —respondió ella, resentida—. Tanto esfuerzo para nada. —¿Por qué «para nada»? A mí me parece que ha ido bien. Estaba todo riquísimo, como siempre. —Ah, me alegro de oírlo, al menos alguien se ha dado cuenta. Antonio desenlazó las manos y se inclinó ligeramente hacia delante, con los codos en las rodillas. —¿Qué ocurre, Agata? —le preguntó con una pizca de impaciencia. La mujer contestó con una pequeña mueca y agitó la mano, como diciendo que lo dejara correr. Se dispuso a subir la escalera, pero entonces se detuvo un instante, con un pie en el primer peldaño. —En cualquier caso, es verdad lo que dicen sobre la gente del norte —se limitó a comentar, antes de desaparecer al otro lado de la pared divisoria. " epdlp.com |