Los amigos de mi vida (fragmento)Hisham Matar
Los amigos de mi vida (fragmento)

"Nadie puede saber con certeza lo que alberga el corazón de un ser humano, menos aún el nuestro o el de quienes conocemos bien, tal vez sobre todo el de quienes mejor conocemos, pero, al detenerme aquí, en la primera planta de la estación de King’s Cross, desde donde puedo observar a mi viejo amigo Husam Zowa mientras cruza el vestíbulo, siento que estoy viendo en su interior, percibiéndolo con más claridad que nunca, como si todo este tiempo, a lo largo de las dos décadas que hace que nos conocemos, nuestra amistad hubiera sido un esbozo y sólo ahora, paradójicamente, justo cuando acabamos de despedirnos, su retrato empezara por fin a cobrar nitidez. Y tal vez es natural que sea así, que cuando una amistad llega a un final inexplicable o entra en decadencia o simplemente se disuelve en la nada, el cambio que advertimos en ese momento nos parezca inexorable, un destino que se vislumbraba desde el principio, como al­guien que camina hacia nosotros desde la lejanía, reconocible tan sólo cuando es demasiado tarde para evitarlo. Nunca me he sentido tan cerca de otra persona. Mientras lo veo irse a tomar su tren a París, la ciudad donde nos conocimos hace tanto tiempo y de la manera más fortuita, diría que en el centro del pecho lleva un peso invisible, que creo discernir desde esta distancia.
Cuando él vivía aún en Londres, apenas pasaba una semana sin que diéramos un paseo juntos, por el parque o siguiendo el río. A menudo nos enzarzábamos en un debate, normalmente sobre alguna intrincada cuestión literaria, discusiones que, tal vez como todas, ocultaban desavenencias más profundas. Algunas veces, a mi pesar, porque el gesto siempre me ha desagradado, le daba unos toquecitos con el dedo índice en el pecho y apoyaba la mano allí un instante fugaz, como para guardar a buen recaudo el poso que creía haberle dejado, y palpaba una vez más la nítida marca de sus costillas, el extraño modo en que sus huesos sobresalían, como en constante expectativa de un ataque.
No sabe que aún sigo aquí. Cree que me he marchado, que me he ido a toda prisa a una cena a la que le dije que llegaba tarde. No estoy seguro de por qué le mentí.
— ¿Con quién has quedado? — me preguntó.
— Nadie que conozcas — contesté.
Me miró entonces como si nuestros caminos ya se hubieran separado y el presente fuera el pasado: yo de pie en la orilla y él a bordo de un barco navegando hacia el futuro. "



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