The Books of Saint Nicholas (fragmento) "Tampoco olvidó ni descuidó los gestos de bondad y amabilidad que acostumbraba a mostrar a los niños de la ciudad, que seguían acudiendo a compartir sus deliciosos pasteles, que les ofrecía con una sonrisa y una mano abierta de bondad afable y sin afectación. Debió ser una delicia ver al anciano patriarca sentado a su puerta, mientras los niños y niñas se reunían de todas partes para compartir sus sonrisas, para recibir palmaditas en la cabeza, besos y colmarlos de sus dádivas. Cada día de Año Nuevo, especialmente porque era su cumpleaños, era una fiesta, no sólo para los niños, sino para todos los que decidían venir a verlo. Parecía que se volvía más joven en lugar de más viejo con cada regreso de la temporada, pues recibía. Todos sonreían y hasta sus enemigos eran bien recibidos por su alegría. No tenía corazón para odiar a nadie en el día que había consagrado a la alegría inocente, a la hospitalidad generosa y a la benevolencia universal. Con el tiempo, su ejemplo se extendió por toda la ciudad y, de allí, por todo el país, hasta que cada pueblo y ciudad, más aún, cada casa, adoptó la buena costumbre de dedicar el primer día del año a la alegría y la felicidad, a intercambiar visitas, a estrechar la mano a los amigos y a perdonar a los enemigos. Así vivió el buen Nicolás, bendiciendo a todos y bendecido por todos, hasta que llegó a una feliz vejez. Cuando tenía ochenta años, estaba sentado solo al anochecer del primero de enero, al estilo antiguo, que es el único verdadero y genuino después de todo, ya que el nuevo estilo es una pestilente innovación papal; estaba sentado, digo, solo, ya que todos los visitantes se habían ido, cargados de regalos y buenos deseos. Se oyó un golpe en la puerta, que siempre se abría sola, como el corazón de su dueño, no sólo el día de Año Nuevo, sino todos los días del año. " epdlp.com |