Zuleijá abre los ojos (fragmento)Guzel Yájina
Zuleijá abre los ojos (fragmento)

"La ventisca matinal amaina antes de mediodía y el sol asoma a un cielo coloreado de un intenso azul. Murtazá y Zuleijá salen a por leña.
Zuleijá va sentada de espaldas a Murtazá en la parte trasera del trineo y mira alejarse las últimas casas de Yulbash. Casas pintadas de verde, de amarillo o de azul oscuro, que asoman entre los montones de nieve como setas fulgurantes. Altas columnas de humo, como cirios blancos, se desvanecen sobre el intenso azul del cielo. La nieve crepita con sabrosa fuerza bajo los patines del trineo. Sandugach, «el pequeño ruiseñor», resopla y sacude las crines a cada rato para librarse del frío. La piel de oveja sobre la que va sentada Zuleijá la calienta bien. Y las benditas láminas de manzana también le calientan el vientre. ¡Ay, si me diera tiempo a llevarlas hoy!
Los brazos y la espalda le duelen lo suyo. La nieve no ha parado de caer en toda la noche y Zuleijá ha tenido que afanarse con la pala para rebajar los montones acumulados en el patio, limpiar los caminos que unen el portal y los graneros—el principal y el accesorio—, los que comunican la casa con la letrina, el cobertizo de invierno y el corral posterior. Después de tanto trabajar, resulta una bendición poder estarse tirada a la bartola en el trineo que avanza rítmicamente, acomodarse a gusto, bien acurrucada en la olorosa zamarra, esconder las heladas manos en lo profundo de las mangas, clavar el mentón en el pecho y cerrar los ojos…
—Despierta, mujer, que ya hemos llegado.
Enormes árboles rodean el trineo. Blancas almohadas de nieve reposan en los brazos de los abetos y las frondosas copas de los pinos. La escarcha pende de las ramas, formando un pollo mojado, hilillos finos y largos como cabellos de mujer. Las moles de nieve se alzan por doquier. El silencio, que es absoluto, se extiende por muchas verstas a la redonda.
Murtazá ata las raquetas a las botas de fieltro, salta del trineo, se echa la escopeta al hombro y sujeta el hacha en el cinturón. Después agarra dos palos que le servirán de bastones y, sin mirar atrás, echa a andar con paso resuelto bosque adentro. Zuleijá sigue el sendero que los pasos de su marido van dibujando. "



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