Los pájaros de fuego (fragmento)Jesús Balmori
Los pájaros de fuego (fragmento)

"La sala se llenó de notas vivas y alegres como en una fiesta de pájaros y fuentes. Don Lino y Fernando, perdidos en el musical estruendo, continuaron hablando ahora sobre la provincia, sobre la hacienda y la futura gran cosecha...
Tenía razón el músico italiano. Si en alguna parte del mundo existía un paraíso, el paraíso se llamaba Filipinas. Cada isla como un nido cálido de paz, de bienestar y de ventura, donde ganan las áureas espigas de arroz, destilan las cañas las mieles de sus troncos, fermentan el ardiente caldo del fruto de las palmas y se alza al viento el canto de las aguas, las aguas dulces y las aguas saladas, sobre las arenas y las piedras y los musgos.
Mindanao, princesa mora vestida de plata y cubierta de perlas, reclinada en una vinta de labrados remos, de velas de encendidos colorines, banderas y alas de su ornato exótico. Bisayas, belleza suave, inmenso terrón de azúcar, bailarina del balitao desmayado, envuelta en su leve patadión, faldellín que vela su hermosura igual que una nube el resplandor de un astro. Y Luzón, fúlgida y poderosa como una vibrante lanza, carne de gloria, sangre de telar y arado y yunque, olorosa a fábrica y a incienso de campos y de altares.
Tres mil ciento cuarenta y una islas mecidas por las olas del mar de China, del mar de Celebes y el Océano Pacífico. Ostentando en alto su espíritu indígena engalanado con la más vasta cultura de Occidente y los mayores progresos y virtudes de las mejores razas. El varón de este Edén, con la frente inclinada a la buena tierra, empuñando dichoso la mancera del arado, tras el paciente carabao que abre el surco de la futura espiga. Y su Eva pecadora, la mujer morena y amorosa, coronada de sol y flores, erguida sobre la inmensa sementera con un niño entre los brazos, de cara al cielo, ofreciéndole a Dios el fruto de su entraña, el nuevo filipino, el hombre del mañana como una promesa de redención y gloria. "



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