Un perro de carácter (fragmento) "El árbol decorado le parece ridículo y le recuerda a la tía Gizella, medio anémica y raquítica, que siempre aparecía en las fiestas familiares demasiado repeinada y luciendo un vestido de lentejuelas, seguramente tejido con cabello de ángel y decorado con escamas, como si ella misma fuese un árbol de Navidad. «Igual que la tía Gizella», piensa el caballero con una sonrisa amarga mientras mira avergonzado el árbol, consciente de que su desprecio no va dirigido a éste, ni a los ingenuos accesorios navideños, sino a su propia cobardía, que no le permite entregarse al ambiente festivo. «Algo le falta a este árbol», piensa además, pero no se atreve a decirlo en voz alta, al igual que, desde hace años, no se ha atrevido a proponer que esa noche sagrada, en vez de hacer sonar campanillas, comer a la luz de las velas una cena abundante e intercambiar regalos modestos, vayan a uno de los pocos cafés que, con profana practicidad, permanecen abiertos esa noche familiar por antonomasia. No se atreve a proponerlo, ni a quejarse del arbolito ni de las campanillas porque la dama (y hasta la criada, que acaba de servir el café) están imbuidas de la emoción y la alegría de la festividad, y en ese mismo instante ultiman los detalles de la velada, la cena y la comida del día siguiente, la salsa del pescado y los tradicionales pasteles de nueces y semillas de amapola. «¡Cuán en serio se lo toman!», piensa el caballero con sincero asombro. Se acerca a la ventana y, mientras contempla la nieve que cae, las oye susurrar y recuerda que, la víspera de Navidad, todo parece formar parte de un misterio, incluyendo, por ejemplo, la cantidad de huevos que la muchacha debe poner en la mayonesa, pues esa noche esperan que, una vez más, se repita un milagro. «Como si en serio fuese Navidad», piensa el caballero asombrado, «y esto fuese, en serio, una casa y nosotros, una familia, y con secretos festivos, y hubiese misterio y emoción entre el aroma a abeto». Siempre le sorprenden esas cosas. Sigue viendo caer la nieve, pero ya no oye las campanillas de otro tiempo. No, el misterio se ha desvanecido. Las Navidades lo incomodan como cuando alguien se pone emotivo en una reunión formal. Pero no se puede hablar de ello. Hace días que la casa está llena de pequeños secretos; los cajones del secreter están cerrados con llave y, el día anterior a mediodía, un hombre de voz nasal llevó un paquete voluminoso a la casa causando cierto revuelo porque, pese a las protestas de la criada, se negó rotundamente a retirarse del vestíbulo hasta que le pagaran la cuenta. " epdlp.com |