Un hombre que dice adiós "A nadie le convence su rostro estropeado por las brumas agoreras del último invierno. Nadie conversa con él de las muchachas desvestidas y de los libros sin un porqué discernible. Es el apestado que sobrevive a su propia y profunda mala suerte. No hay otro procedimiento que verle llorar cuando se esconde al paso del amigo, después frota sus ojos y sobrevendrá la noche. Si quisiésemos podríamos golpearlo sin dolor, con solo hacer burla de sus piernas que no existen tampoco o con susurrarle al oído un nombre de niño sofocado, y ya estaría en nuestro poder su vida. Es el enfermo que sonríe pues algo macera su corazón y lo extenúa, lo mismo que una contienda exagerada con el desangelado dragón de la memoria. Si pudiese ofrecernos su explicación nos hablaría de países que limitan al norte con su sangre, de la Tejera y Ceide, de los muertos que se le han adelantado en ese tranvía casi fantasma que toman los adivinos para mejor destruirlo todo cuando vienen. No grita su pesar, únicamente dice adiós a quien merodea su desidia, se levanta entre pausas y murmura un nombre: M. bañado en lágrimas. Sin embargo no desea nada, ni el abandono que es justo y acertado buscar al final de un viaje, ni los labios más rojos que el amor ha dibujado una tarde para él, sin vergüenza y sin el inmundo oficio de los cuerpos. Es el personaje que tose desde su silla ensangrentada y tiene mucho, mucho, mucho frío. Nos ha mirado con pena y nos señala por casualidad las flores." epdlp.com |