Cuando la tormenta pase (fragmento) "El hombre le miró de nuevo, con una sonrisa torva. Roberto se imaginó lo que veía aquel tipo, a un forastero de metro ochenta, delgado y fibroso, con el pelo negro empapado pegado a la cabeza y una mirada cansada en un rostro de facciones angulosas. El hombre era al menos diez centímetros más alto que Roberto y debía de pesar quince kilos más que él. Además, debajo de las mangas de su chubasquero se adivinaban unos músculos duros ganados a base de trabajo en el mar. En su mirada se veía a las claras que había echado esas cuentas y que sabía que su rival había llegado a la misma conclusión. Pero ya era demasiado tarde. La sonrisa del lugareño se amplió mientras se quitaba el chubasquero y lo dejaba a un lado, para tener más libertad de movimiento. Roberto ladeó un poco la cabeza y avanzó otro paso con la sangre rugiendo en sus oídos. Fue quizá entonces cuando el barbudo se percató de la expresión de su oponente, del vacío de sus ojos. De la determinación férrea y algo antinatural que se ocultaba bajo su rostro tenso. Y entonces, por primera vez, dudó. —Vale —gruñó—. Tampoco es necesario que... —¡Luis! ¡Para de inmediato! A pocos metros de ellos se hallaba una mujer de unos cuarenta años, vestida con una gastada sudadera azul marino y unos jeans con cien lavados, embutidos en unas feas botas de goma negra. Era delgada y fibrosa y tenía un rostro desigual, con una nariz demasiado larga entre unos pómulos de revista, bonita pero no guapa. En la mano izquierda sostenía un largo azadón rematado en una hoja de hierro afilado y se apoyaba en el mango con ligereza, pero algo en su postura gritaba que, en las manos adecuadas, aquel chisme destinado a abrir surcos en la tierra también podía hacerlos en cabezas ajenas." epdlp.com |