Contigo aprendí (fragmento)Silvia Grijalba
Contigo aprendí (fragmento)

"Don Sabino conocía bien esa casa. Había pasado casi toda su infancia jugando con Radis y su hermano Alfonso en aquella galería acristalada con vidrieras modernistas. Había quedado con ella a las seis en punto y eran ya casi las siete, pero estaba acostumbrado; jamás llegaba a su hora, y aunque nunca la había oído dar una disculpa por sus retrasos, tenía el don de que todo el mundo olvidara que les había tenido esperando mucho más de lo aceptable. Don Sabino estaba a gusto, se había llevado los Versos humanos de Gerardo Diego para matar el rato de espera. Un sol tenue, de media tarde, entraba por la cristalera.
Un «¡Sabino! ¡Queridísimo!», un saludo cálido, excesivo, como de un viejo amigo al que uno se encuentra por casualidad en la calle después de varios años sin verle, le sacó de su abstracción. Hacía una semana exactamente que habían estado juntos. Todos los lunes quedaban para su partida de tute semanal. Pero Radis era así, arrolladora, expresiva, cariñosa con quien quería; eso sí, letal si alguien no le gustaba.
Don Sabino se levantó sin hacer caso a su gesto de que no se molestara y se abrazaron fraternalmente, como hacían siempre que no estuvieran en público, donde ya habían tenido que aguantar bastantes rumores sobre su relación. Pocos entendían que Gabino, el marido de Radis, aceptara esa camaradería entre ella y el que había sido el primer novio de su esposa. Pero su amistad era sincera. Don Sabino quería a Radis, pero sabía que no hubiera podido aguantar sus cambios de humor, su despotismo y sus excentricidades, y Radis adoraba a don Sabino. Era su «mejor amiga», como ella le llamaba a veces en broma, su confidente… Su orden, su rectitud y ese carácter absorbente no le molestaban en un amigo, pero le parecían el peor de los defectos en un esposo.
Nada que ver con Gabino. De él, además de su apostura, lo que más le había atraído era su carácter introvertido y su desprecio absoluto por el qué dirán. Él era feliz en su biblioteca y lo demás le importaba poco. Mantenía las normas básicas de sociabilidad y convivencia, y como abogado de la familia Fierro, de vez en cuando tenía que acudir a cenas de sociedad o a presentaciones. Pero las habladurías sobre la afición al juego de su mujer o su amistad con don Sabino no le preocupaban. Era un hombre seguro de sí mismo, que no tenía que defender su estatus. Él sabía cómo era Radis. Huérfana de madre, siempre había sido una consentida y estaba acostumbrada a mandar desde muy pequeña. Se había convertido en la señora de la casa y Gabino sabía que llevarle la contraria era un esfuerzo vano que conducía a la melancolía."



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