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El cielo no existe (fragmento) "Cala se había olvidado totalmente de Julieta. La chica yogui que “peregrinaba hacia un destino de bifurcadas ramas”. ¿Por qué había aceptado su propuesta? ¿De dónde había sacado Julieta que ella podía ayudarla con su novela? De la pura vecindad. Julieta vive en la esquina, con su prima Alma que es maestra jardinera: a la mañana la prima cuida bebés y a la tarde ella da clases de yoga. Suelen encontrarse en el supermercado chino en horarios parecidos. Además de yogui, es vegetariana militante. Un día en que Cala compraba un pollo congelado le espetó un discurso sobre la vida artificial de esas aves que le puso los pelos de punta. Todo aquello de la luz artificial en el criadero y de los canales de alimentación que conectan alimento y excremento en círculo vicioso, un horror que la hizo devolver el pollo a la heladera en su ataúd de telgopor y cambiar de menú. (El chino las miraba con indiferencia, por un lado había perdido la venta del pollo, pero por el otro Julieta era una de las pocas clientas que le compraban algas disecadas, fideos de arroz y hongos de Kargasok de apariencia repugnante pero de virtudes misteriosas.) Después de varias de estas charlas casuales, Julieta quedó un día en acercarle un recetario con platos de comida natural y saludable. Hablaba con especial entusiasmo de la quinoa y el amaranto. Donde nada crece, repetía como un mantra, la quinoa está de pie. Eso sucedió unos meses atrás, durante los días largos del verano, cuando el tiempo se esparce sobre las cosas y la gente con dulzura, la ciudad adquiere aires de pueblo, los vecinos se miran y se saludan con interés, se ceden los lugares en las colas, y las charlas banales crecen como flores silvestres. Al final, una tarde Julieta le tocó el timbre con un folleto sobre la quinoa. Cuando entró, miró asombrada el living de Cala. ¡Una biblioteca!, exclamó. Como si hubiera encontrado allí una especie de dinosaurio. Y de verdad que la biblioteca de Cala es un poco prehistórica. Conserva una enciclopedia Espasa Calpe de los años cincuenta, Clásicos Castellanos encuadernados en cuero negro, viejos libros de Historia del Arte que fueron de su abuelo y muchos libros despanzurrados de poesía que debería tirar de una vez por todas. Julieta quedó enamorada de la biblioteca, de Pascualina y de su PH con jardincito delantero. Dos días después volvió a tocarle el timbre y le hizo la propuesta. Ella, a lo sumo, le dijo Cala, era periodista, a veces daba clases de español, y, desde ya, era una buena lectora. Pero ayudarla a escribir una novela era otra cosa. No me contestes ahora, le dijo Julieta. Pensalo. Porque a ella los escritores no le iban. En sus libros vaya y pase, pero cuando hablan de lo que escriben, de lo que procuran, para ella eran incomprensibles. A veces leía dos, tres veces un mismo párrafo de sus declaraciones y no había caso, no le entraba en la cabeza. Prefería alguien como ella con quien también pudiera hablar de cocina. Cala no supo si sentirse halagada por el comentario o no, pero le prometió que lo pensaría y aceptó, como muestra, la primera página de la novela que arrancaba con el “Peregrinaba hacia un destino de bifurcadas ramas." epdlp.com |