|
La pintora de hielo (fragmento) "La travesía hacia el sur y luego al este siguiendo la costa fue tan larga que las hermanas perdieron el hábito de caminar de forma normal. No malgastaron apenas tiempo en escalas, el viejo buque costero solo se detuvo en tres puertos y solamente en el último, en el este del país, se permitió a los pasajeros bajar a tierra. Se llevaron la decepción de no poder visitar la capital. Fue una tremenda sorpresa al llegar al puerto de Reikiavik y ver que no había muchedumbre alguna para recibirles. Unos cuantos hombres que estaban allí de guardia se ocuparon de amarrar el barco, y en el muelle había alguna que otra persona inmóvil, en medio de la llovizna, mirando hacia levante. Los seis estaban apiñados en la borda mirando las casas de la capital con impotente asombro, hasta que los marineros soltaron amarras. A causa del retraso inicial, navegaban a toda máquina. Hasta la capital, con rumbo sur, el tiempo había sido aceptable, de modo que los pasajeros pudieron estar en cubierta mientras había luz y solo tenían que resignarse a permanecer en la bodega durante lo más cerrado de la noche, pero más tarde el mar se picó, de modo que las hermanas volvieron a perder las ganas de vivir y se contentaron con pasar el tiempo bajo cubierta. En el puerto de las islas Vestmann subieron a cubierta casi a gatas para respirar aire fresco mientras el barco permanecía relativamente quieto, y contemplaron apáticas las aves marinas que graznaban en los acantilados. Todo está lleno de fincas, y hay un montón de pájaros y de pescado, le gritó Karitas al fulmar, dispuesta a animarse a sí misma y a sus hermanas, pero aquellas palabras fueron suficientes para que todas empezasen otra vez con las arcadas y, como pudieron, volvieron a bajar a tientas a la bodega. Pero cuando iban navegando hacia levante siguiendo la costa sur y vieron glaciares blancos y arenas negras, el mar empezó a calmarse y almas y cuerpos se recompusieron. Las hermanas asomaron la cabeza por la escotilla de la bodega, vacilantes y con el rostro blanco como la leche, aunque aún podían mantener la espalda erguida. A pesar del aire frío y de la fresca brisa del sur, el tiempo era estupendo y los pasajeros iban subiendo a cubierta uno a uno, llenos de expectativas optimistas, como sucede a los islandeses cuando hace sol. El mar estaba liso y de un bello color azul, y en medio de tanta alegría le entró a Steinunn un sueño tan tremendo que apenas podía mantener la cabeza levantada. Y antes de verse obligada a meterse otra vez en la bodega para tumbarse un rato les dijo a sus hijos, como excusa, que si tenía tanto sueño era porque no navegaban en el sentido del sol." epdlp.com |