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El hijo del apostolado (fragmento) "Para atusarse bien el bigote hay que tener dos cosas: paciencia y un buen peine. Aurelio Fonte tenía uno de los buenos: pequeño, negro y de plástico duro. Cualquiera se hubiese sentido orgulloso de un peine así, lo suficiente como para llevarlo siempre encima, en el bolsillo de la camisa, asomando un poco, que se viera. Que los demás lo vieran. Pero Aurelio Fonte no era un hombre presumido, y aunque muchos de sus paisanos herreños gustaban de lucir tan versátil artefacto, él solo lo usaba en casa, en el baño de su dormitorio, ese que compartía con Rosita Padrón desde hacía ya más de treinta años. Frente al espejo, alisaba con paciencia los rebeldes pelos del bigote una y otra vez, una y otra vez, dedicándole tiempo y esmero. Llevaba bigote —barba no, solo bigote— desde poco después que sus padres le permitieran usar pantalones largos, y es que, a fin de cuentas, en El Hierro tres cosas determinaban la transición social hacia la adolescencia: el bigote, los pantalones largos y el tabaco. Aurelio Fonte tuvo los tres al poco de cumplir los dieciséis años, porque ya incluso con quince era todo un muchacho alto y delgado, con la frente despejada y una abundancia de pelo en la cabeza que sería la delicia de todos a cuantos peluqueros visitara a lo largo de su vida. —¿Qué haces, hijo? —la voz sonó gruesa, desgastada, casi empobrecida. Parecía la de un hombre en retirada, de esos que lo que han de vivir lo han hecho ya y saben que por delante les quedan muchas penas y solo alguna que otra alegría. —Escribir, papá. ¿Te has dado cuenta que tu nombre tiene todas las vocales? Creo que no hay muchos así. —Pero, ¿qué escribes? —quiso saber Aurelio Fonte. —Tu historia, papá. Tu historia. Esa de la que nunca hablas, esa que nunca me has contado. Tus años en El Hierro cuando estalló la Guerra Civil y cómo fue allí la represión franquista. Aurelio Fonte, a punto de cumplir ya los setenta años, siempre llevaba escondido un cigarrillo en el hueco de la mano derecha, pero el olor a tabaco ya se le había impregnado tanto al aliento que delataba su presencia segundos antes de que apareciera. —¿Y por qué escribes eso, hijo? —Porque es una buena historia, papá. Aurelio Fonte murmulló algo ininteligible y guardó silencio. Los silencios herreños de Aurelio Fonte eran antológicos. Siempre fue un hombre de pocas palabras. Reflexivo y meticuloso con el lenguaje, hablaba escuchando, como si creyera que lo que decían los demás fuera más importante que lo que él tuviera que decir. Miraba y se quedaba pensativo, porque la boca callaba todo lo que bullía en su cabeza. Sus manos, su mirada, sus gestos se manifestaban por él y, aunque pudiera parecer lo contrario, siempre se hacía entender." epdlp.com |